sexo con animales

Hola mi nombre es Gustavo tengo 17 años y en este relato les hablare como fue mi primera vez en la zoofilia y como fue mi experiencia espero les agrade. Hola me llamo gustavo y tengo 17 años, bueno todo comenzó en estas fechas de carnaval y en estas fechas siempre con mi familia salimos a la casa en el campo de mi tio ai el tiene un gran espacio y una linda casa y tiene 2 perros de raza pastor Alemán una era hembra se llamaba Kira y otro era macho se llamaba Max y pues kira era aun muy pequeña era una cachorrita pero Max tenia ya unos 7 o 8 años y era bastante grande, volviendo al tema como era carnaval tuve que acompañar a mis padres a su casa de mi tio y al llegar pues se pusieron a celebrar y a beber y yo estaba en un rincón sin saber que hacer y mi tío me llamo para que le ayudara a traer mas cervezas y al ayudarle me cai en una pequeña sanja llena de agua mi tio solo se rio y me tube que ir al auto que estaba al fondo y algo lejos para cambiarme la ropa y en ese lugar estaban max Kira pero esta vez solo estaba Max ya que a Kira se la presto a un amigo mi tio por unos dias asi que solo estaba Max y me fui para el auto y me saque toda la ropa estaba completamente desnudo y mientras buscaba mi ropa senti como su lengua lamia mi trasero y mi ano y me puso algo raro y solo le mire y le empuje un poco para otro lado mientras buscaba mi ropa y cuando me agache para recoger algo que se me había caído Max se subio encima mio y como era un perro muy grande me tumbó y me puso en cuatro y ai senti como sus patas me agarraban muy fuerte de la cadera y no me dejaba levantar por su peso y de repente senti como se empezó a mover y senti su pene intentando entrar en mi ano yo queria alejarme y de repente al moverme me la metio toda de un golpe senti un gran dolor y no sabia como quitarmelo pero después de un rato me empezó a gustar y senti una gran sensación de placer y deje que lo hiciera estaba muy excitado que mi pene se me paro por completo y me salia chorros de semen por la excitacion y de pronto senti como una bola intentaba entrar en mi ano yo pense que no entraria pero de repente Max lo metio todo y me dolio un poco y seguia moviéndose mucho cuando termino senti una bola inchandose dentro de mi y me dolio y no paraba de incharse y de repente paso su pata por mi espalda y quedamos pegados culo con culo y yo empezaba a sentir como su semen perruno me llanaba por completo y se sentía muy caliente yo me tire al piso con el trasero hacia arriba todo cansado y aveces Max me jalaba y eso dolia mucho pero al mismo tiempo era una sensación muy placentera asi estuvimos mucho tiempo no sabia como despegarme de el y tenia miedo que como ya había pasado mucho tiempo mis padres vinieran a ver que estaba haciendo intente pujar pero no salia y al moverme hacia delante tampoco salia asi que tuve que esperar estuvimos asi casi 30 minutos y cuando de repente escuche un plaj como el sonido cuando destapas un corcho y me despegue de el y mire su pene y era enorme y toque mi ano y salia mucho semen muy excitado me acerque a el y se dejo chupar el pene y me lleno la boca y al senirlo en mi boca senti un poco de asco pero luego queria mas y segui asi luego de un rato de canso y se fue yo intente pararme pero me costaba tenia el ano dolido y aun salia mucho semen de mi ano asi que me puso rápido mi ropa interior busque mi ropa me la puse y me eche un poco de mi desodorante para que no se sintiese el olor de lo que hice con Max asi que me fui a la fiesta pero algo inesperado paso después de eso pero creo que esa es historia para otro momento….

Mi Primera Experiencia Haciendo un Squirt

Había escuchado mucho acerca del “squirting”, incluso vi varios videos y leí relatos eróticos en los que las chicas decían como llegaban a lograr eso. Yo, incluso una vez llegué a terminar de una manera en la que mojé un poco la cama, pero para que fuera un squirt me faltaba mucho.

Normalmente cuando lo hago con mi novio me hace el amor, pero últimamente hemos cogido de una manera en la que me gusta que me trate como su sumisa. Me gusta decirle que soy su puta por qué sé que eso a lo prende aún más, y a mí me gusta serlo cuando estoy con él, pero últimamente se me ha metido la idea de hacer un squirt, mas no había llegado a ese punto. Cuando lo hago con mi novio termino varias veces y le pido que pare porqué me daban muchas ganas de hacer pipí, pero ahora entiendo que no es eso.

El día que me propuse hacer un squirt fue por varias cosas, una de ella fue por qué leí un relato erótico que me prendió muchísimo.

Saliendo del gym mi novio y yo nos quedamos de ver, para cuando él llegó yo ya tenía los pantalones y los calzones abajo, sólo estaba esperando para que llegara y me lo metiera. Antes de que él llegara de lo excitada que yo estaba comencé a meterme dedos y en ese momento de entre mis piernas corrió un líquido transparente que salía de mi vagina, en ese momento ya estaba muy mojada.

Cuando él llegó me pidió que se la chupara y de ahí me lo metió muy rico. Yo no podía parar de gemir y me excitaba más cuando me ordenaba que no hiciera ruido, pero era algo que no podía contener, con mis manos tapé mi boca para evitar hacer tanto ruido porque nos podían escuchar. Por unos momentos, pensé que terminaría haciendo un squirt, pero en el lugar donde estábamos no podía hacerlo. Le pedí que parara, pero no lo hizo.

Me sentí empapada y muy caliente; él terminó dentro de mí y lo disfruté mucho. Me puse ropa y me fui con su rica leche entre mis piernas, lo cual me prendió aún más camino a casa.

En ese momento me propuse hacer lo que fuera necesario para lograr hacer un squirt, utilicé un dildo y un vibrador. Primero comencé tocándome e introduciendo mis dedos a mi vagina, en ese momento otra vez ya estaba muy mojada. Al tocarme solo podía pensar en lo que hace una hora sentía con mi novio cuando me cogía. Después de tocarme metí el dildo en mi vagina y pasaba el vibrador por mi clítoris, estaba muy prendida que me empecé a moverme de una forma incontrolable. Coloqué el dildo en un lugar fijo para que así fueran mis movimientos de cadera los que controlaran la penetración y no mi mano, (cabe mencionar que mi dildo mide 20cm y normalmente sólo introducía unos 13cm como máximo) pero con lo excitada que estaba comencé a moverme de una forma muy alocada y con cada movimiento llegué al momento en el que empecé a sentir esas ganas de hacer pipí.

Esta vez no pensaba detenerme, con mis dedos estimulaba mi punto «g», y cuando sentí que estaba por terminar metí el dildo de nuevo pero esta vez lo metí casi todo. Lo movía a una velocidad muy alta, hasta que por fin sentí una sensación muy rica y diferente, la cual sólo puedo describir diciendo que terminé mojando toda la pared. El dildo salió expulsado por todos los jugos tan deliciosos que corrían de mi vagina, obviamente probé el sabor de esos jugos y puedo decirles que me encantaró. Me sorprendí de lo rico que terminé y me sentí orgullosa de lograr llegar a ese punto.

Corría la primavera del 77 y todo parecía ir bien. De hecho todo me iba bien. Había terminado el servicio militar y rebasaba en muy pocos la veintena. Estudiaba electrónica, que me apasionaba, con libros que compraba aquí y allí, y los conocimientos adquiridos me permitían trabajar en un taller de reparación y venta de equipos electrónicos cuando estos aun se reparaban, y también hacia mis propios pinitos sin pasar por el taller, lo cual incrementaba mis ingresos.

Para complementar, hacía extras de camarero los fines de semana y en conjunto marchaba todo viento en popa como suele decirse. Podía permitirme ciertos caprichos y satisfacer algunas aficiones que para mucha gente pudieran parecer raras, como la astronomía, que requiere de equipos relativamente caros, y yo gracias a mi trabajo y a mis chanchullos extra laborales, siempre tuve mi propio telescopio sin recurrir a la economía familiar que por otra parte estaba descartada, sobre todo para comprarme a mí un telescopio.

Mis conocimientos de electrónica, y a través del taller donde trabajaba, me llevaron a contactar con una empresa que se estaba instalando en la ciudad, que haría uso de equipos de audio y video y requerirían de técnicos para su instalación y mantenimiento.

Se trataba de una sala de apuestas y juegos de azar, que al parecer estaba funcionando bien en Valencia y otras ciudades y se nos encargó la compra e instalación de toda la electrónica en el menor plazo de tiempo posible, por lo que nos pusimos manos a la obra.

Un técnico de la empresa donde trabajaba y yo, instalamos todo este equipo, y nos hicimos cargo del mantenimiento.

Mientras instalábamos las cámaras de video, los monitores, y los micrófonos que se usarían para el normal funcionamiento de la sala, veíamos a las chicas que formarían el equipo de azafatas, cómo practicaban y se adiestraban en el uso de las maquinas. Algunas eran de esta localidad, y otras venían directamente de Valencia, de otra sala, y eran las que enseñarían a las de aquí los entresijos del juego para su normal funcionamiento. Los empleados de más responsabilidad eran todos de Valencia, así como el gerente y otros altos cargos.

Yo, que como dije tenia veinte y pocos años, no podía evitar mirar sobre todo a las chicas, como ponían voz dulce para cantar las apuestas y como practicaban el trato con los futuros clientes. El equipo de azafatas eran 9 chicas y dos hombres ya algo mayores, aparte de la gerencia.

Lógicamente eran las chicas lo que más me interesaba y gustaba ver y escuchar. Tenían una voz dulce y melodiosa y practicaban para que así fuera, y en general eran bastante guapas y siempre iban maquilladas e impecables.

Enseguida me fijé en una de ellas que destacaba sobre las demás. Y destacaba porque era sencillamente preciosa. No era muy alta pero su figura era perfecta. Tenía el pelo castaño claro, casi rubio, y casi siempre lo llevaba recogido en una coleta. Cuando se lo dejaba suelto, tenía esa melenita a la que se conoce como “egipcia”, y que llega justo a los hombros. Sus ojos, azules, de mirada dulce y algo pícara, y cuándo se los pintaba, realzaban su belleza aún más. Nariz, pequeña y algo respingona, con alguna peca, típicamente femenina. Pero lo más bonito era su boca. Tenía unos labios perfectos. Rosados y carnosos, con las comisuras apuntando ligeramente hacia arriba incluso cuando estaba seria. A veces llevaba un ligerísimo toque de “glossy”, ese brillo tan bonito y sensual, y que tan bien le sentaba. Cuando sonreía dejaba ver unos dientes blancos como la nieve. En definitiva era un rostro precioso, de esos que no te cansas de mirar. Al menos así era para mí, porque sé que la belleza es relativa, y lo que a unos gusta a otros no gusta tanto, pero a mí me encantaba aquella chica y no me cansaba de mirarla, y me cuesta creer que alguien en su sano juicio no quedara maravillado al ver aquel rostro tan bonito.

El primer día que la vi llevaba pantalón vaquero y jersey blanco de punto fino que marcaba su figura, debajo del cual se adivinaba un par de bonitos y turgentes pechos. Incluso llegué a fantasear que no llevaba sujetador, que no sostén, porque una cosa es sujetar y otra muy distinta sostener.

Desconocía su edad, pero no rebasaría en mucho los 20. Apenas conocía su nombre, en realidad lo desconocía todo sobre ella, pero solo sabía que los días que ella no estaba, algo se rompía en mi interior. Puede que suene algo cursi, pero aquella criaturita me estaba haciendo mella y se estaba colando en mi vida, y solo esperaba el momento de ir para estar cerca de ella y poder verla.

Así las cosas, fueron pasando los días. Terminamos el montaje de los equipos y la sala empezó a funcionar. El técnico que había hecho el montaje y yo, estábamos allí por si pasaba algo mientras las chicas evolucionaban por la sala, que estaba a rebosar de gente.

Iban preciosas y elegantes, con el uniforme pantalón negro, camisa blanca y chaleco verde. Y la de mis desvelos estaba sencillamente para comérsela.

Había servicio de cafetería, y los camareros servían bebidas y comida a los clientes.

Una noche oí un comentario de que faltaba un camarero de refuerzo los fines de semana tal era la afluencia de gente. Enseguida se me encendió una luz: yo hacía extras esporádicas de camarero los fines de semana, y si conseguía entrar en la sala de apuestas seria una jugada maestra, pues estaría cerca de la chica que tanto me gustaba, y no representaría un esfuerzo extra para mí. Solo tendría que dejar las extras en hoteles y hacerlas aquí, además estaría en la sala y si hubiese un problema con la electrónica, tendrían al técnico al momento. El plan parecía perfecto

Hice el comentario al gerente y le pareció una idea estupenda. Sé que no es muy profesional que un técnico proponga a la empresa que lo ha contratado para mantenimiento de equipos electrónicos trabajar de camarero los fines de semana, pero a ellos les pareció bien y a mi mejor. A ellos, por supuesto, les pareció genial porque así tendrían al técnico al instante en la sala, pues una avería durante la sesión podía representar un serio revés económico para la empresa.

Y esta es la verdad y no otra: empecé de camarero en la sala de juego solo por estar cerca de la chica que me gustaba. Y ella por supuesto sin saberlo. De hecho me ignoraba por completo, y apenas nos saludamos una o dos veces en las tres semanas que estuvimos montando los equipos.

Poco a poco, supe cómo se llamaba y fui sabiendo cosas de ella. Supe que tenía 23 años, y lo peor: supe que estaba casada. Y lo estaba con un hombre gris, raro, feo, cerrado de barba y bastante mayor que ella. No entendía como un tío así podía haber gustado a una mujer tan bonita, que podía haber aspirado a algo mucho mejor. Pero así era, y así iba a seguir siendo. Mucho más tarde supe por ella misma porqué se había casado con aquel hombre, pero eso es otra historia

Yo libraba los lunes en mis quehaceres de camarero, pero iba igual para estar cerca de ella y así al menos poder verla. Ella lo hacia los miércoles, y era el peor día de la semana para mí, porque sabía que debería pasar la sesión sin verla, y aunque pasaba la jornada con las otras chicas, no era lo mismo. Además solo pensar que estaría con aquel tío me revolvía por dentro. Lo digo como lo sentía.

Cuando ella estaba, yo procuraba servir las mesas de su zona y de vez en cuando pasaba junto a mí y me regalaba alguna sonrisa y podía incluso rozarla, y disfrutaba sintiéndola cerca y oliendo su aroma y perfume. A veces, cuando empezaba la sesión, venia recién duchada con el pelo aun húmedo, y pasar junto a ella era un regalo para mí. Si, lo admito, ¿por qué no había de hacerlo? Estaba pillado por aquella chica. Sabía que estaba casada, que me ignoraba y que no tenía ninguna posibilidad. Sentía rabia, pero me gustaba igual, y no podía hacer nada por evitarlo.

Pasaron los meses, fui conociendo a las otras chicas y me acerqué a unas más que a otras y tuve algunos escarceos. Incluso con una que era de La Cava, y que era también bastante guapa, y aunque era mayor que yo tuve alguna cosilla.

Al finalizar la sesión de trabajo, los empleados nos íbamos a un bar-restaurante que había en la carretera y que estaba toda la noche abierto. Reponíamos fuerzas comiendo algo y charlábamos sobre el trabajo, incidentes de la jornada etc. pero la chica de mis sueños, la que a mí me gustaba, no venía casi nunca, y cuando lo hacia se marchaba enseguida, o venia con el marido lo que era aun peor.

Un día, durante una sesión, vino directamente hacia mí y me dijo:

-Oye, me han dicho que arreglas televisores, ¿es cierto?

-Sí, contesté

-Es que se nos ha estropeado el de casa. ¿Tú podrías venir y echarle un vistazo?

En aquel momento las pulsaciones de mi corazón que normalmente están a setenta y dos en reposo, pasaron a cien de golpe.

-Sí, claro, contesté Dime donde vives y mañana me paso.

Me dijo donde vivía y quedamos a una hora. Una gran alegría inundó mi interior. Dios existe!! Ahora podría conocerla mejor y estaría mucho más próximo a ella. ¡En su casa con ella¡ y ¿quién sabe?, ¡puede que a solas¡ Era un sueño.

Aquella noche apenas dormí, y solo esperaba que llegara la hora de ir a verla.

Al día siguiente a la hora acordada, duchadito y arreglado fui a su casa con mi Renault 4 y mi caja de herramientas. Ella me abrió la puerta y me hizo pasar al comedor donde estaba el televisor averiado. Llamadme cursi, pero en toda la casa se percibía su perfume, su aroma a mujer joven y guapa.

Estaba sola, pues el marido estaba trabajando en una fábrica de productos químicos. Supe que trabajaba a turnos, de 2 de la tarde a 10 de la noche, por lo que sabía que si no venia nadie a molestar estaría solo con ella. Ella me conocía de sobra, éramos compañeros de trabajo y no había ningún problema. Incluso supongo que el marido también sabría que yo iba esa tarde a reparar el televisor.

Pero me dijo que se iba. Dijo que tenía cosas que hacer. Que arreglara el televisor y que cuando terminara cerrara la puerta de golpe y ya nos veríamos por la noche en el trabajo.

Fue como si me hubiesen echado un jarro de agua fría. Se marchó y allí quedé, solo, frente al televisor averiado y hundido en la miseria. Lo único que se me ocurría era prolongar la reparación de la avería para ver si ella volvía antes de acabar.

El televisor, era en blanco y negro, y como casi todos los de la época, funcionaba a válvulas de vacío, aunque ya los había a transistores, aunque mucho más caros, y lo único que le pasaba era que una de las patillas de la rectificadora de corriente, una AZ3, se había sulfatado y no hacia contacto en el zócalo. Esto hacía que no llegara corriente al resto del aparato y el televisor por tanto no funcionaba en absoluto. En seguida lo vi, por lo que la avería estaría resuelta en cinco minutos, pero yo limpié el zócalo; todos y cada uno de los zócalos. Raspé las patillas de todas las válvulas termoiónicas una a una. Comprobé todo lo comprobable, incluso limpié el mueble del televisor esperando que ella volviese.

Hacía poco más de una hora que se había marchado cuando mi paciencia se vio recompensada y oí la cerradura de la puerta. Le mentí, pero por una buena causa. Le dije que la avería se había complicado y que aun tenía que hacer algunas soldaduras y comprobaciones. Lo que fuese por estar un rato a solas con ella.

Vista de cerca era aun más guapa. Tenía una cara bonita de cojones, ligeramente maquillada, con un ligero toque de “glossy” en los labios. Llevaba una falda vaquera, un jersey a rayas, y bailarinas blancas.

Estuvimos hablando sobre el trabajo, sobre las otras chicas, sobre el tratado de Maastricht y otras trivialidades, hasta que comprendí que tenía que terminar y me dispuse a cerrar la tapa del televisor.

-¿Cuanto te debo? preguntó

-Nada, respondí autosuficiente.

Somos compañeros ¿no? No he puesto nada de material. Solo he repasado algunas soldaduras aunque me ha costado bastante dar con la avería. ¡Mentira¡

Estuvo insistiendo en que le cobrara algo pero yo no quise cobrarle nada. Lo que en realidad quería era que cayese rendida en mis brazos para poder comérmela allí mismo, aunque esto, claro, eran solo elucubraciones mías…

Al entrar, estuvo trasteando por la cocina y había puesto una radio en marcha, y desde el comedor se oía la musiquilla y los comentarios de los locutores de la radio.

El arcángel San Gabriel, o alguien de arriba se apiadó de mí y me echó un cable, porque en la radio sonaba una canción del grupo Acuario, de moda en aquel momento titulada, “Eso es el amor” y cuyo estribillo repite una y otra vez “…dame un beso, dame un beso”.

En esta canción radica toda la clave de la historia.

Mientras daba las últimas vueltas a los tornillos de la tapa del televisor, y en un alarde de atrevimiento entre broma y veras señalando a la cocina alcancé a decir:

-Si me das uno de esos tienes un técnico a tus pies para toda la vida .Bromeé

-¿A qué te refieres? Dijo ella algo sorprendida.

-A eso que se oye en la radio.

Dirigiendo la mirada a la cocina, puso atención a lo que se oía en la radio mientras me miraba de reojo, y justo en ese momento se oía el estribillo.

-¿Un beso? ¿Quieres que te dé un beso?

-Sí, dije,mirándola fijamente.

Hubo unos segundos de tenso silencio. Mi corazón latía con fuerza y por un momento pensé que se lo tomaría a mal y me echaría de su casa a cajas destempladas, pero me miró un poco sorprendida y empezó a reír sin saber qué hacer.

-Es broma, le dije, intentando rectificar y rebajar un poco la tensión, pero antes de acabar la frase acercó su cara a la mía y me dio no uno, sino dos besos, uno en cada mejilla.

Al pasar por delante de mi cara, sus labios pasaron tan cerca de los míos que casi pude rozarlos. Supongo que se me quedaría cara de idiota. Sin pensarlo acercó de nuevo su cara y me dio lo que ahora llaman un pico, es decir un rápido y ligero beso pero esta vez en la boca, lo que debió acentuar aun mas mi expresión de imbécil retrasado.

-¡Ya está! ¿No?

Asentí con la cabeza visiblemente nervioso para rápidamente disentir sonriendo. Se echó a reír, y volviendo a acercar su cara a la mia me dio tres o cuatro rápidos y suaves besos más, todos en los labios. Hubo un momento de silencio, Me miró a los ojos y me dijo sonriendo:

-Aun me queda uno. ¿Lo quieres también?

-Sí, balbuceé

Vi como se humedecía los labios, inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado y puso su boca sobre la mía. El tiempo se detuvo. Mi corazón iba a salirse del pecho. No era un beso como los de antes. Era dulce, húmedo y tierno. Esta vez podía saborear la dulzura de su saliva fresca mientras sus labios recorrían lentamente los míos. Un placer inmenso me invadió. No sabía qué hacer, pero no quería separarme de aquella boca de fresa, no quería que aquello acabara nunca. Sentía el perfume de su cuerpo junto al mío mientras yo seguía con el destornillador en la mano como un gilipollas. Lo tiré encima del sofá, deslicé mis dedos entre su pelo y puse mis manos en su nuca, y sujetando su cabecita me comí sus labios apasionadamente. Vi como cerraba los ojos y se entregaba por completo. Aquel beso fue maravilloso.

Nos separamos un momento, y nos miramos de nuevo a los ojos, y sin decir ni una palabra nuestras bocas se buscaron de nuevo ansiosas. Esta vez con más fuerza que antes, nos fundimos en un húmedo e interminable beso. Noté su lengua, jugosa y dulce entre sus labios entreabiertos. La chupé goloso, la lamí una y otra vez. Nos estábamos comiendo literalmente el uno al otro. De pronto apoyó la cabeza sobre mi pecho y repitió mi nombre varias veces.

-¿Que pasa? Pregunté jadeante.

-Pasa que me gustas un montón y tú eres tonto y no te das ni cuenta.

-¡¡Pero si eres tú la que en el trabajo no me haces ni caso!!

-Eso no es verdad. No dejo de mirarte porque me gustas, y cuando te veo tontear con las otras chicas me da rabia y siento celos. Si no me gustaras no me importaría con quien hablaras, ¿no? Lo que pasa es que estoy casada y tengo que ser discreta.

Una oleada de alegría recorrió mi alma al oír aquellas palabras. La abracé fuerte contra mí. Era todo irreal, increíble. La chica de la que estaba enamorado y con la que solo podía soñar un día antes, ahora estaba abrazado a ella y con el sabor de sus labios en mi boca.

Quedé sorprendido, porque si era verdad, y parecía que lo era, había sido un autentico idiota al no darme cuenta.

-Pero si soy yo el que está loco por ti. ¿Por qué crees que voy al trabajo incluso cuando tengo fiesta? Para verte y estar cerca de ti.

Le confesé que la avería la tenía resuelta en 5 minutos, pero que no pensaba irme de allí hasta que ella volviese, lo que celebró entre risas y bromas.

Le di mil tiernos besos. En la cara, en los ojos, en el pelo, mientras la abrazaba con fuerza una y otra vez.

Estábamos de pié en el comedor, y sin dejar de besarla la fui acercando poco a poco al sofá. Me senté en el borde y ella lo hizo sobre mi regazo a horcajadas. Nuestras bocas de nuevo se buscaron ansiosas y se fundieron una vez más en profundos y deliciosos besos. A veces eran furiosos, casi violentos, otras suaves, interminables y dulces, recorriendo sus labios despacio una y otra vez. El sabor de su boca me volvía loco, y no quería separar mis labios de los suyos. Estuvimos media tarde así, solo besándonos dulcemente una y otra vez, y ninguno de los dos quería acabar. En cuanto nos separábamos un momento, nuestras bocas se volvían a buscar de nuevo. Así estuvimos hasta que nos embebimos el uno en el otro perdiendo la noción del tiempo.

Poco a poco la recosté sobre uno de los cojines del sofá. De nuevo busqué impaciente su boca, y ella la mía. Nos mordíamos los labios, buscaba su lengua, me embriagaba de su saliva dulce mientras mi mano se deslizaba bajo su falda y acariciaba sus muslos. Cuando rozaba su sexo notaba su aliento jadeante sobre mi boca y me hacia enloquecer. Su boca era tan dulce que no podía ni quería separarme de ella, y una y otra vez la buscaba para devorar aquellos labios con los que tantas veces había soñado. Era como un sueño, pero estaba pasando en realidad, y me estaba pasando a mí.

Fui besando tiernamente su frente, su cara, sus ojos, su cuello toda ella que se me ofrecía entera. Me deslicé por su abdomen blanco y sedoso sin dejar de acariciar cada centímetro de su piel. Desabroché su falda y quedó en braguitas blancas. Mis manos temblaban. Tenía miedo de despertar de aquel sueño maravilloso. Besé y acaricié con mis labios aquella delicada prenda, notando su sexo palpitante bajo ella.

Me puse de costado en el suelo mientras ella permanecía sobre el sofá. Deslicé delicadamente la braguita y tuve mi cara entre sus muslos, pero ella cerraba las piernas y se tapaba la cara con las manos. Parecía como que no quería mostrar todavía la flor que había bajo aquella braguita blanca. Le susurré al oído que estuviera tranquila, que no haría nada que ella no quisiera. Volví a recorrer su cuerpo, besando lentamente sus muslos, una y otra vez. Poco a poco empezó a abrir lentamente las piernas. Mi corazón iba a saltar en pedazos. Tenía a la altura de mi cara la visión de su sexo tantas veces soñado. Era simplemente maravilloso, perfecto, simétrico y rosado, una autentica obra de arte de la naturaleza. Sentí aroma a gel de baño y a mujer joven. Besé su monte de Venus, poblado de suave y perfumado vello, y bajé por su sexo lentamente sin dejar de darle tiernos besos. Creí morir. Su aroma a hembra me volvía loco.

Poco a poco se fue relajando, y abriendo los muslos totalmente me ofreció su sexo. Lo besé con delicadeza una y mil veces. Metí la lengua en su vagina subiéndola lentamente hasta rozarle el clítoris. No había nada de feo o sucio. Era simplemente el delirio total lamer aquel coño jugoso y joven.

Su abdomen subía y bajaba a cada caricia, a cada lamida. Oía su respiración entrecortada y sus gemidos de placer, que ella intentaba ahogar poniendo el cojín sobre su cara. Lamí despacio cada milímetro de su sexo hasta perder la noción del tiempo. Su respiración se fue acelerando más y más. No sé cuánto tiempo estuve chupando y lamiendo aquel coño delicioso y embriagándome con su aroma. Su abdomen saltaba y convulsionaba. Se retorcía de placer, y cuando vi que el clímax estaba cerca, puse con delicadeza mis labios sobre su clítoris, y empecé a masajearlo delicadamente con la lengua y con los labios, ya sin parar, hasta que contuvo la respiración y empezó a retorcerse entre gemidos de placer mientras repetía mi nombre. Un profundo y largo suspiro salió de su garganta y cayó derrumbada en el sofá.

Me tiró de la mano y me llevó junto a su cara. Me dio un tierno beso y me dijo al oído:

-¡Estás loco, nunca me habían hecho esto!!

-Sí, estoy loco, pero por ti.

Tenía las mejillas sonrosadas lo que la hacía aun más hermosa. Estaba preciosa, y su cara reflejaba el placer y la relajación del intenso orgasmo que acababa de sentir y del que yo era responsable y eso me hacía sentir bien. Me quedé abrazado a ella acariciándole el pelo y sumergiéndome en mil pensamientos. Ella me miraba con sus preciosos ojos azules. No sé qué pensaría, pero yo era el hombre más feliz de la tierra.

Yo aún seguía con el pantalón puesto, y mi pene ya no podía estar más tiempo encerrado. Hacía rato que lo sentía palpitar incomodo, queriendo salir de su encierro. Estaba tan excitado que ya no podía más.

Ella misma fue la que hizo el primer gesto de desabrocharme la correa del pantalón. Yo le ayudé. Abrí la cremallera y bajé nervioso el pantalón y el slip. El pene saltó fuera completamente erecto.

Tengo un pene grande. Ya está dicho. No lo digo por presumir, lo digo solo para situar al lector. Ella al verlo, lo sostuvo con la mano y me miró con una sonrisa maliciosa. Me recosté suavemente sobre ella y sentí como rozaba el vello de su sexo. Intentaba no ser brusco, pero estaba muy nervioso.

Volví una vez más a buscar su boca que ella me ofreció jugosa y cálida, y nos fundimos de nuevo en profundos y prolongados besos mientras mi miembro rozaba su sexo húmedo. De pronto, lo tomó con su mano y lo frotó despacio sobre su vulva, arriba y abajo, dejando el glande en la entrada de su vagina húmeda y maravillosamente lubricada.

Me acerqué al oído y le susurré:

-No llevo nada. Tendremos que tener cuidado. Refiriéndome a que no llevaba ningún tipo de profiláctico

-No te preocupes. Recuerda que estoy casada. Abandónate y disfruta todo lo que puedas

Aquellas palabras me volvieron loco de lujuria y eran más de lo que podía aguantar. Lentamente fui hundiendo mi pene en su sexo. Hasta el fondo. Despacio, una y otra vez. Disfrutándolo milímetro a milímetro. De nuevo el tiempo se detuvo. A veces la sujetaba por las caderas y la apretaba contra mí. Quería fundirme con ella. Era el éxtasis total. No era un mete y saca rápido y torpe. Era lento y delicioso. Ella cerraba los ojos, y recibía cada profunda penetración con un suspiro de placer.

Estaba con la mujer que mas me gustaba de la tierra, por la que estaba completamente colado, que era una belleza, con la que había soñado durante meses, de la que estaba enamorado. Y la tenía delante completamente entregada. Apenas podía creerlo.

Mis manos acariciaban sus muslos de seda. Sacaba el pene despacio, hasta dejarlo casi todo fuera, solo para volver a hundirlo lentamente hasta los testículos. Lo dejaba allí palpitando, y la abrazaba con fuerza contra mí. El fluido de su sexo mojaba el vello de mi pubis. Tuve que parar varias veces o aquello acabaría antes de lo que yo deseaba. Mi pene palpitaba dentro de ella y podía sentir las contracciones de su vagina sobre él. Nos estábamos derritiendo de placer. Estaba a punto de explotar. Al fin, cuando ya era imposible aguantar más, balbuceé en su oído:

-¡No puedo más! Y ella dijo entre gemidos

-Venga!

Los dos nos abandonamos, y mi pene entraba y salía ahora ya sin control. Sus gemidos de placer se hicieron más y más fuertes y se fueron acelerando. Se puso el cojín sobre la cara, contrajo el abdomen y sentí fuertes contracciones de su vagina sobre mi pene mientras los dos nos deshacíamos sobre el sofá. Un torrente de indescriptible placer me recorrió la espina dorsal y bajó hasta mi sexo, que explotó dentro de ella varias veces inundando su vagina de semen. Me retorcía sobre su cuerpo, y ella me besaba frenéticamente la boca para hacerlo aun más placentero. Al final, totalmente dentro de ella, abrazados y acoplados en un solo cuerpo, caímos los dos exhaustos sobre la alfombra.

Este relato, podría parecer el producto de una mente calenturienta, pero es exactamente lo que pasó aquella lejana tarde de abril de 1977. Y me pasó a mí. Lo siento.

Aquella misma noche trabajamos juntos. Nuestras miradas, gozosas y cómplices, se cruzaban una y otra vez. Ya nunca más me ignoraría. De hecho seguimos viéndonos hasta 1981 y nos entregamos el uno al otro cientos de veces. Hasta que la situación se hizo insostenible; ella tuvo hijos y yo formé una familia. Pero siempre recordaré a aquella preciosa chica, y aquella tarde de abril de 1977

Perdón… es qué estaba pensando.

¿Por qué los hombres siempre preguntan si los sentimos?, la respuesta es más que obvia ¿no? «creo» (sea vaginal, anal u oral).

Si te meten algo cálido y duro, por muy suave y terciopelada que sea su piel… de ovarios que se siente (Ovarios, porque no tengo bolas para decir “de bolas” así que digo “de ovarios”).

Ya va… Verga ¡que dolor…! imaginen… ¿Cómo se siente el sexo anal la primera vez?

Si, lo sé, es algo capcioso y estúpido preguntarlo o sugerirlo. Macho que se respeta no se depila las bolas ni se mete nada dentro del culo.

Vamos, saben que es verdad ¿acaso no se mandan a anestesiar antes de chequearse la próstata?, ¿a qué le temen… no son macho, macho, men?

Si, de nuevo es capcioso y estúpido, le temen al dolor… o peor todavía… «je, je,je, je, je» le temen a que le guste la vaina de que le metan algo por el culo.

Pero si yo les dijera que todo hombre ha experimentado la sensación del sexo anal más de una vez en su vida. Conjuguemos juntos las siguientes palabras; cogido, recogido, sobrecogido.

Yo te cojo, él me coge, tú me coges, vosotros me cogéis

Cogido; debe ser el común denominador de (1) acto sexual

Yo te recojo, él me recoge, tú me recoges, vosotros me recogéis

Recogido; debería ser el acto sexual continuado (2) y (3), ya que (4) o (5) ni Superman.

Yo te sobrecojo, el me sobrecoge, tú me sobrecoges, vosotros me sobrecogéis

Sobrecogido; bueno… ¿este sería el resultado de la suma de los dos anteriores? una autentica puta ninfómana.

Perdón… ¡diablos…!

Si les dijera que en efecto han sentido algo aproximado, de la forma más natural que puedan imaginar y experimentado en más de una oportunidad, ¿Dirían que miento? Más allá todavía, Uds. mismo lo han expresado no solo mentalmente si no también verbalmente.

Bien… no les creo…

Llevo no menos de 10 minutos empujando un maldito mojón, que es tan grueso como una verga y seguramente tan largo como uno, que me ha puesto a gritar, que me ha provocado mareos y nauseas, que me tiene sudando frio, que lo he sentido entrar y salir milimetricamente entre dilataciones y contracciones anales. Estoy segura que Uds. tambien han estado estítico alguna vez, entonces…. Aaahh, vez, vez que sí es verdad. Y cuando sale, se siente la gloria y respiran profundamente diciendo…

¡Coño… me tenía cogido!

Esta noche he tenido un extraño sueño…

Estaba completamente desnuda, corriendo en la noche, atravesando un bosque oscuro y nevado. Corría, corría como una loca, sintiendo cómo me ahogaba, cómo me faltaba el aire en el pecho, cómo me palpitaban las sienes y el corazón amenazaba con salirse por mi boca. Las plantas de mis pies se destrozaban, congeladas sobre la nieve, reventadas por los filos fríos de las rocas y por las ramas secas que se clavaban en ellas. También mi cuerpo empezó a sufrir múltiples cortes y heridas por todas partes, pechos, vientre, cara, brazos, nalgas, piernas, golpeado por ramas dura y heladas y atravesado por espinas sin compasión.
Traté de pensar, de recordar por qué corría, de comprender de qué estaba huyendo. Pero no era capaz, mi cabeza estaba tan nublada como aquel bosque denso y oscuro, donde la niebla espesa impedía entrar la luz de la brutal luna llena que iluminaba aquella noche al resto del mundo. A todos, menos a mí. Me dolían los pies, las piernas, las manos. Me dolía la cabeza y los ojos me lloraban. Me dolían los pezones, mortalmente hinchados y endurecidos por el intenso frío invernal. Sin embargo, esa dureza de mis pezones tenía algo libidinoso que resultaba extraño en medio de aquella situación de urgencia y temor. Los pezones, alargados y perfectamente erectos se erguían, brillando como si atraparan los únicos rayos de luz lunar que se atrevían a penetrar la densidad de la niebla y del lúgubre arbolado, tirando de unas hinchadas areolas que tiraban aún más de mis pechos también endurecidos por el frío, pero para nada fríos en sí… Al contrario, mis órganos sexuales y en ralidad todo mi cuerpo se encontraban espantosamente calientes. Los copos de nieve caían sobre mí ya derretidos por el calor que emanaba todo mi ser, y su agua fundida se mezclaba con mi propio sudor que envolvía toda mi piel en una capa resbalosa y lúbrica que ayudaba a mitigar algo el dolor de las laceraciones que recibía mi cuerpo en aquella alocada carrera. Aquella extraña sensación de lujuria me resultaba por completo incompatible con mi desesperada huida de no sabía que. Y, al mismo tiempo, me hacía comprender que precisamente por ello no tenia escapatoria posible. Mis largos y firmes pezones se comportaban como dos antenas que emitían alto y claro sus lujuriosas señales, a lo que se unía mi propio olor, el olor del sudor copioso de mi cuerpo atormentado pero también erotizado. Eso, y una fuerte peste a hembra en celo emanando de entre mis piernas, y que hasta para mí era fácilmente perceptible. Puede que no entendiera nada de mi situación ni mi destino, pero tenía claro que en aquella situación era una presa fácil para determinados cazadores por negra que fuera la noche.

Porque lo que sí sabía es que estaba siendo cazada.

Y, a pesar de mi desenfrenada carrera, pronto comencé a verlas. Sombras, enormemente rápidas y silenciosas a mi alrededor. Adelantándome por ambos lados, cruzándose por delante y por detrás de mí. Pero siempre sombras, unas más grandes, otras más pequeñas. Siempre veloces, cada vez más audaces, cada vez más cerca de mí. Aunque nunca llegaran a tocarme ni atacarme. Se limitaban a salir de las sombras, asustarme y volver a desaparecer en la niebla. Cuerpos negros y grises que pronto me acostumbré a oler y oír yo también. Algunos eran enormes. Pero aunque llegara a anticipar su presencia algunas veces, siempre eran infinitamente más rápidos que yo. Se interponían en mi camino, y veía sus colmillos refulgir y sus ojos brillando amenazantes en la noche negra como la boca del lobo. Entonces cambiaba de dirección, hasta que otro de aquellos seres volvía a salir de la nada frente a mí. Creo que comprendí demasiado tarde que, en realidad, me estaban guiando, conduciendo a donde ellos querían. Hacía ya demasiado rato que corría errática con el rumbo perdido, cambiando una y otra vez de dirección cada vez que aquellos seres querían que así lo hiciera. Al darme cuenta de aquello, fue como si de alguna manera se cayeran los velos de mi cara que me impedían ver y entender lo obvio. Negro como la boca del lobo… ¡Sería estúpida! ¿Habían estado realmente en silencio o es que el terror me había impedido escuchar antes los aullidos? Sólo cuando entendí que eran, de hecho, lobos, empecé a oír también sus largos y lastimeros gritos rasgando la noche. Lobos, pero no uno, sino una inmensa manada. Y yo era la caperucita del cuento, solo que había perdido mi capa y esta vez no tenía cerca ningún fuerte leñador dispuesto a blandir su hacha por mí.

Al entrar por fin en el amplio claro del bosque, me di cuenta también de que aquellos animales eran mucho más inteligentes que el torpe lobo feroz de las historias que me contaban cuando era niña… La manada me había conducido a aquel lugar, con un claro propósito, además. Sobre una alta roca, recortada contra una inmensa luna llena que se recortaba baja sobre las copas de los árboles, la oscura silueta de un inmenso ejemplar aullaba saludando mi llegada. Era enorme, sencillamente inmenso. No podía ser un lobo, no uno normal. Era uno de esos animales legendarios que aparecen en las historias antiguas de reinos olvidados. Podía ser fácilmente el doble o el triple de grande que el resto de la manada que empezaba a entrar también al claro detrás de mí, desde todos los puntos a mi alrededor. Me tenían rodeada por completo, y eran decenas: no tenía escapatoria posible.

Tampoco pensaba en escapar, por otro lado. La figura de aquel lobo enorme, erguido como un rey sobre la negra roca, me fascinaba de tal manera que para mí ya no existía nada más a mi alrededor. Desconectada de la amenazante realidad en la que me encontraba, fui avanzando como sumida en un hechizo hacia él. Su poder era tal que no podía resistirme ni mirar otra cosa que su cuerpo imponente. Pronto me vi en el centro del claro, exhausta y sollozante, rodeada de casi un centenar de lobos hambrientos…

De repente, el silencio era total, y el frío se hizo aún más intenso, arreciando la nevada y soplando un viento helado que comenzó a lanzar violentas cuchilladas contra mi cuerpo desnudo. Pero mi carne seguía emanado aún un calor capaz de fundir la nevada y detener el viento, con una energía que casi me hacía brillar con luz propia, tal era la fuerza con la que el sudor que perlaba mi piel reflejaba la luz lunar. Gruesas gotas saladas escurrían por mi cuello y entre mis tetas, resbalando por mis formas redondeadas hasta los pezones ardientes, donde se condensaban en contacto con el calor que irradiaban mis protuberancias. En medio de remolinos de viento y nieve, pude ver al Huargo levantar su cabeza, hinchar su colosal cuello y aullar a la misma luna que me iluminaba. La orden estaba dada.

No le vi llegar, pero sí que escuche al primero de los animales que saltó corriendo hacia mí para derribarme. Caí de lado, y aún pude incorporarme. Otro animal aún más fuerte y pesado volvió a derribarme. Tendida boca abajo, noté como una o dos de aquellas fieras hocicaban entre mis piernas y lamían mi ano con ásperas lenguas. Repté a gatas hacia delante, y me giré sin ser capaz de levantarme. Antes de poder siquiera pensarlo, otro de los lobos se lanzó sobre mi cara. Sentí su aliento en mi rostro, y el sudor de su cuerpo se mezcló con el mío mientras me hacía caer de espaldas. Pasó sobre mí veloz como el viento, pero ya tenía a otro metiendo su cara en mi coño, lamiendo y lanzando feroces dentelladas. Noté a otros de esos animales acercarse a mí, sus dientes afilados en mis piernas, y temí por primera vez ser devorada. Pateé con fuerza y logré espantar a los últimos en llegar, que salieron aullando, pero no al que hurgaba sádico entre mis muslos. Lloré al sentir que avanzaba sobre mí, casi arrastrándose, lamiendo y mordisqueando mi vientre, mi torso, mis pechos, mi cara. Se tumbó durante un instante sobre mí, aplastándome y dejándome sin respiración. Sus babas cayeron sobre mi rostro, mojándome los ojos, entrando en mi boca. Aquél lobo se estaba frotando contra mi cuerpo. Espantada, lloré, manoteé su cara, traté de moverme sin conseguirlo. Los aullidos a mi alrededor me recordaban que yo era la única víctima posible de aquel akelarre. De pronto, sin más, la bestia se levantó y avanzó sobre mi cuerpo. Pude sentir su pene húmedo y levemente endurecido que, fuera de sus protecciones, golpeaba mi cuerpo, mi coño, mis tetas, mi cara, hasta que el animal se alejó por fin de mi. Como si yo misma fuese una bestia, pude notar los efluvios a sexo caliente que emanaban de sus genitales y de su ano. El contacto conmigo le había puesto cachondo. Tan cachondo como yo misma estaba.

Encogí las piernas y aproveché para levantarme. ¿Quizás todavía estaba a tiempo de huir? Pero, antes de poder siquiera buscar una salida viable, me vi de nuevo en el suelo, cayendo hacia atrás con violencia y sintiendo como mis nalgas se destrozaban en el brutal golpe con un suelo áspero, de duras y afiladas piedras congeladas. Venciendo el dolor, me levanté de nuevo, y de nuevo fui inmediatamente abatida. Esta vez por dos de ellos. Uno me derribó saltando sobre mi torso. El otro se ocupó de que no volviera a levantarme, clavando con fuerza sus afilados dientes en mi muslo. Aquella vez fui yo la que aullé, cayendo de rodillas sobre el suelo. Noté cómo me desollaba las palmas de las manos, las rodillas, y las partes delanteras de las piernas. Pero no sentí ese dolor en absoluto, sino el mucho mayor de las dentelladas que empezaron a lloverme desde todos los lados. Allí, de rodillas, me convertí en una de ellos, a cuatro patas y aullando también, de dolor, de rabia.

De deseo. Porque seguía cachonda, excitada, inexplicablemente en celo… Y, por algún motivo, era capaz de comprender sus olores. Todos aquellos ejemplares que me rodeaban eran machos, y me buscaban como si yo fuera la única loba en leguas a la redonda. Pronto pude notarlo e mis propias carnes cuando uno de ellos me montó sin contemplaciones. Por algún motivo, quizás por su brutal excitación, aquella bestia equivocó su camino y me rompió el culo en lugar de penetrar mi vulva. Una pena, porque mi vulva se encontraba ya abierta y preparada para él, pero no así mi ano. Sin embargo fue precisamente mi estrechez lo que, junto con mi calor, provocó que el miembro del lobo se hinchara casi al momento en mi interior, como hacen los de los perros.

Aullé, aullé de dolor hasta que pude empezar a aullar de placer. Me había convertido yo también en una loba, en la única loba de la manada. Y debía ser sometida a toda la manada si ellos así lo querían. Podía comprender, además, que lo necesitaban; me necesitaban: no podía fallarles. Empalada en aquel miembro que se iba hinchando como un globo en mi recto con cada embestida furiosa y veloz que el lobo arremetía contra mí, sabía que no podía hacer nada más que aguantar o disfrutar, ya que no tenía la fuerza necesaria como para apartar a aquél animal excitado de mi, aún en el caso de que fuera capaz de aguantar el dolor de aquella polla que se estaba hinchando en mis entrañas, hasta alcanzar el tamaño de un brazo. Mientras me dejaba someter por el lobo que me había tomado, el resto se dedicaba a dar vueltas alrededor de nosotros, pasando muy cerca de mí para frotarse con mi cuerpo. Yo aprovechaba, instintivamente, para meter mi cabeza entre sus patas traseras, buscando el olor denso de almizcle en su ano y, más allá, tratar de lamer y meterme en mi boca la polla ardiente de aquellos ejemplares que estaban más excitados por mi presencia. Sin embargo, su incesante danza en torno a mi cuerpo y el estar siendo penetrada al tiempo por el culo por uno de los más grandes de ellos, me dificultaba enormemente conseguir mis objetivos, y a penas podía ir pasando desesperada de ano a ano, de pene a pene.

Pero el lobo que me había tomado era grande, y en su arrebato trató de montarme como si fuera una auténtica loba yo también. No fui capaz de soportar su peso, claro, y caímos los dos rodando sobre la nieve. Él se retorcía pegado a mí por sus genitales, aullando sin duda de dolor. Yo tenía otras cosas de las que ocuparme. Notaba cómo se rasgaba mi culo arrastrado por su miembro, mientras contemplaba horrorizada cómo otras de aquellas bestias se abalanzaban sobre mí al descubrir de nuevo mis tetas al descubierto y mi sexo abierto chorreando flujos calientes, que caían derritiendo la nieve del suelo. En medio de un barrizal noté como se iban turnando para morder mis tetas, tratando de mamar de mis pezones como ubres, mientras otros atacaban con sus afilados colmillos mi chocho después de haberlo lamido con ansiedad.

Todo aquello duró una eternidad, envuelta en una nube furiosa de cuerpos animales que ladraban, aullaban, mordían y se atacaba a mi alrededor, tratando de hacer presa en mi cuerpo una y otra vez. Y así siguió, hasta que noté que la nube se deshacía y el lobo que me había montado se empezaba a relajar y su miembro se iba deshinchando en mi interior. Pensé que se había dado por vencido ante la imposibilidad de consumar el coito en aquella posición, aunque sabía que el resto sólo se había apartado esperando el momento en que él se retirara para que otro ocupara su puesto en una postura más ventajosa. Sólo la sangre caliente chorreando sobre mi cara me hizo ver que otro ejemplar mayor había acabado con aquél que había osado profanar mi cuerpo. La sangre, al abandonarle por la raja que aquellos enormes colmillos que brillaban ante mí le habían abierto en el cuello, había dejado de hinchar así su miembro, permitiendo entonces que la dura tranca saliera de mi culo. Me arrastré llorando y cubierta de sangre y barro de debajo del cuerpo inerte. El suelo era un lodazal de nieve y sangre, donde estaban mezclados mis propios olores y fluidos. Entonces pude ver lo que había ocurrido. El majestuoso Huargo se alzaba frente a mí. Naturalmente.

Los lobos son animales fuertemente jerárquicos. La manada había llevado la presa hasta su jefe, pero no podría disfrutar de ella hasta que éste no lo hubiera hecho y consintiera compartirla. Aquél que había sido incapaz de retener su deseo y se había lanzado a follarme, sin acertar si quiera a hacerlo debidamente tal era la ansiedad que le alimentaba, había firmado su sentencia de muerte. El Huargo me miraba, resollando.

Llevaba toda la noche, quizás toda la vida, esperando ese momento: de él era de quién huía y por fin me había dado caza. Abandoné toda esperanza de huir. Tampoco quería hacerlo. Yo misma estaba tan caliente que necesitaba ser poseída de una vez, aunque fuese lo último que hiciera en mi vida. A cuatro patas, me giré y le ofrecí mi trasero. Enseguida noté su enorme cabeza olisqueando violentamente entre mis nalgas, lamiendo con fuerza mi ano repleto del esperma que ya había vaciado en mí su compañero pese a no haber sido capaz de completar su cópula, esparciéndomelo por las nalgas y la vulva hinchada y peluda que mi nuevo amante lamía con deleite y con sorprendente delicadeza, en comparación con sus hermanos menores.

Sin embargo, el primer intento de montarme fue desastroso. Evidentemente, aquél animal era sumamente enorme como para que mi cuerpo fuera capaz de soportar su peso, así que me vine abajo nada más recibirle. Ni siquiera llegué a sentir su pene contra mi sexo. El lobo rugió enfurecido y sentí un brutal zarpazo en la espalda que me hizo rodar por el suelo. Temí que me hubiera partido en dos con su fuerza y su furia. Pero seguía viva, y podía moverme. Aquel animal, negro como el carbón, giró su inmensa cabeza hacia mí y me miró con sus ojos luminosos e inyectados de deseo. Me recosté sobre una piedra plana, caliente y seca, sabiendo que no podía hacer nada para huir. Pensé que era imposible, antinatural recibirle así, de frente, pero su mirada era implacable y revelaba tan hondo deseo por mi cuerpo que sentí su dominio absoluto sobre mí y entendí, sin lugar a dudas, que me quería precisamente así.

Sumisa, le abrí las piernas según se iba acercando a mí. Justo antes de alcanzarme, el lobo se irguió, aullando a la luna. Tenía, por fin, a su presa. Esta vez sí. Esta vez iba a ser suya. La figura colosal del lobo delante mío me hizo morir de terror por última vez aquella noche. Me meé, lo confieso. Fue tan sencillo como eso. Muerta de miedo, como una niña pequeña, no pude contener mi pavor y noté como el caliente líquido salía dorado y brillante de entre mis piernas, brotando a raudales como un manantial. Para mi sorpresa, vi cómo el inmenso Huargo se acercaba a beber de mi fuente. A lametones bebió mis pises. Comprendí que yo era una loba para él. Era su loba. Para aquél colosal jefe de tan diabólica manada, yo era no ya su igual, sino su dueña. Un inmenso placer recorrió mi cuerpo, y arqueé la cintura desplazando mi coño más al exterior para facilitarle el trabajo al Huargo. Mi sexo se iba calentando más y más, igual que mi cara que sentía arder sintiendo el recorrido de su lengua mezclándose con mi peluda vulva, enrojecida de la fuerza con la que me estaba lamiendo. Con mi mano derecha guié su hocico hacia mi clítoris, para después separar con dos dedos mis labios mayores, dejando todo el esplendor de mi coño a su lengua.

La fiera no tardó en intensificar sus lengüetazos que llegaban hasta lo más profundo de mi cuerpo, de manera que en un par de lamidas me hizo desvanecer en un intenso orgasmo. Tuve que aferrarme con la mano izquierda a la piedra sobre la que me tumbaba, mientras mis piernas se cerraban entorno a la cabeza del lobo para después estallar en un orgasmo bestial.

Supe entonces quién era, por fin entendí todo, mi huida, mi captura… Mi deseo. Pero no cerré las piernas, sino que las abrí todavía más, con el corazón acelerado… Mi lobo se había ganado su premio. Por fin había osado reclamar lo que era suyo. Su cuerpo no tardó en entender mi postura y, en seguida, tras un leve olfateo, comenzó a avanzar sobre el mío, mordiendo con saña mis pechos al hacerlo. Me vi envuelta en la más negra oscuridad. Solamente olía su denso sudor animal, me envolvió con su cuerpo caliente y sentía su miembro golpear ya fuerte, bamboleante, entre mis piernas, cuando su lengua enorme como una sábana alcanzó mi cara.

Las fauces descomunales se abrieron y engulleron toda mi cabeza de una vez. Estaba dentro de él, era irreal, pero supe que era su forma de besarme, así que abrí su boca. Su lengua chorreante de salivas y babas luchó por llenar mi propia boca y buscar mi propia lengua. Nos estábamos besando, nos estábamos morreando… y pude sentir su deseo endureciéndose entre mis piernas justo antes de que aquella bestia me cubriera. Su cabeza se retiró y se quedó justo frente a mi cara, cubriéndome de sus babas y del vapor fuerte de su respiración. Había tenido suficientes experiencias con perros como para saber que en aquella postura era prácticamente imposible que…

Y, sin embargo, pude notar la cabeza de su pene apuntando justo hacia mi vulva. Con delicadeza, agarré aquél duro y caliente vástago entre mis dos manos, y tiré de él hacia mí. Ahí es donde tiene que ir, mi amor, le dije besándole suavito en el hocico. La bestia empujó hacia delante y hacia arriba, y pronto me vi ensartada en un pene ardiente que iba creciendo por segundos al notar cómo mi vagina se iba cerrando poco a poco en torno suyo. Sé quién eres… le susurré mientras empezaba a hacerme el amor. Había decidido entregarme por fin al lobo como la perra que en realidad soy.

En cuanto notaste el calor de la cueva, diste una tremenda embestida que me hizo apoyar las dos manos en el suelo para poder aguantar… Dabas enormes sacudidas, y yo no paraba de gemir… tu pene se iba haciendo mayor, como les ocurre a los perros, tu bola se estaba empezando a hinchar en mi interior, yo apretaba las paredes de mi vagina con fuerza alrededor de tu sexo para retenerlo, para abrocharme a ti, a tu polla, y quedar por fin unidos tú y yo… diste tal embestida que me desplazaste hacia delante, a pesar de que intentaba abrazarme, pegarme a ti, pero tanto placer me tiene sin fuerzas. Noto cómo tu pene dentro de mí va hinchándose más y más, y su bola en mi interior crece y crece… ya no paro de gemir descontrolada, mientras me corro varias veces…

No puedo decir nada, solo gimo hasta que, de repente, paran las embestidas y ambos nos relajamos un poco. En ese momento puedo notar al fin cómo te vacías dentro de mí… mientras me pregunto cuánto tiempo voy a estar enganchada al miembro más enorme que jamás me haya penetrado, cuánto tardará en deshacerse tu bola, la erección de tu polla de lobo en mi interior.

Respiro a bocanadas entre gemido y gemido, pues sigo corriéndome una y otra vez mientras sigues dentro, y de pronto te noto empezar a tirar. Aterrada, te pido que pares, ¡no!, quieto, y consigo contenerte un instante, pero vuelvo a tener otro orgasmo sintiendo que tu pene está dentro y que me estás inundando con tu semen. Y, de nuevo tu empiezas a tirar y esta vez no basta el “quieto”… tiras lo bastante fuerte, moviéndome a mí también, así que me veo obligada a apretar un poco los músculos del coño para intentar expulsar tu tremenda verga y su bola.

El placer es incomensurable…

Suena un ruido sordo y húmedo, y me giro, quedando tumbada en el suelo con la cara pegada a tu verga. Me toco para ver como estoy, noto cómo recorre tu semen mis paredes buscando una salida así que, como puedo, porque estoy agotada, me pongo en cuclillas y vuelvo a apretar mi vagina… Sale una cantidad enorme de semen mientras me vuelvo a correr… con mi mano puesta, noto cómo poco a poco mi agujerito va recuperando su tamaño original, mientras te paseas a mi alrededor empujando tu polla aún medio hinchada contra mi cara. Sé lo que quieres, así que abro la boca para dejar que entres en mí, y te chupo la verga húmeda. Me asombro de lo parecido que es el sabor del semen del lobo al humano.

Mientras mamo de tu polla como una bebé de su madre, noto cómo nos van rodeando tus hermanos. Me huelen, me chupan. También a ti. Les veo lamer tu ano, complacidos. Ha llegado también su momento. Van a follarnos a los dos. No sé si saldré de esta, porque tengo claro que cuando ellos terminen tú volverás a empezar. Una y otra vez, hasta que agotes tu deseo, que es enorme. Hasta que caigas rendido, o tal vez hasta que te canses de mí. Que igual da.

Yo obedeceré, porque soy tuya, soy tu perra ahora, hasta que tú quieras que deje de serlo. O quizás, simplemente, porque quiero.

Porque, en el fondo, lo que ocurre es que simplemente eres tú el que siempre ha sido mío. Y que ahora quiero tomarte.
También sé que, si quiero, podré disfrutar de ti y de tus hermanos hasta quedar saciada, si es que eso es acaso posible… O enfrentaros a muerte si me aburro, si me siento molesta, si sencillamente se me antoja. Mi olor a sexo os ha vuelto locos.

Entiendo que ahora soy la reina de la manada.

Me despierto por fin, empapada en sudor y no sé qué cosas más.
Rodeada de blanco, en la oscuridad.
Creo que sigo en el bosque, tumbada en la nieve, pero me cuesta darme cuenta de que estoy en casa, tumbada en mi cama. Es pleno invierno, y duermo desnuda a pesar del frío. No sé dónde están mis mantas, han debido de caer al suelo… he tenido un sueño algo movido… las sábanas están empapadas, además… mi sudor…
Ni siquiera tengo mis braguitas, la única prenda que llevaba al acostarme. Esas braguitas nuevas, un tanguita transparente que mi mejor amiga, Nuria, me dio justo ayer como regalo de navidad… Unas bragas absurdas, que en nada son capaces de tapar mi poblado peluchito… Pero a Nurita le pone cachonda ver cómo el pelo de mi coño se transparenta en tan fina tela, la atraviesa y rebosa por los lados… y yo siempre hago todo lo que a ella le pone cachonda, porque sé que luego tengo premio

El caso es que mi nuevo tanga estaba hecho un amasijo, enrollado en la punta de mi pie izquierdo… Tenía el coño mojado, el vello púbico enredado y emplastado y las bragas literalmente empapadas, pegajosas, con costras de flujo ya resecas que hacían imposible desenredar aquella madeja. Estaba agotada, tremendamente cansada. En la cama había restos de sangre, también. Mía, al parecer. Tenía heridas, arañazos y marcas por todo el cuerpo. Respiré hondo. El aire enrarecido y cargado de la habitación después de una larga noche se notaba espeso y cargado de sexo. Con un fondo rancio, animal, que no era típicamente mío… al menos, no sólo mío. Quizás, después de todo, era verdad que habías estado aquí. Quizás no todo había sido un sueño.

Sonreí. En el reloj de la mesilla, la hora y la fecha: madrugada del 5 de enero. Hay veces que los reyes magos se portan bien… Tiré el tanga al suelo. Estaba mejor desnuda. Además, iba a seguir manchando. Recogí las mantas del suelo y me tapé hasta la nariz. Y me dormí…

Recuerdo verme en la cama, como si volase hacia el techo, y luego aún más, subiendo y subiendo. Sobre mi cuerpo, unas sábanas y mantas, cubiertas por la piel de un enorme lobo negro recién cazado, que iba tiñendo con su sangre la blancura inmaculada de las telas que me cubrían y, después, mi propio cuerpo…

De nuevo, desnuda, tan sólo cubierta por esa piel de lobo. Recién cazado. De sus colmillos enormes, relucientes, aún goteando sangre y flujo que iban dejando un rastro sobre el suelo.

El rastro perfecto para que un buen cazador pudiera encontrarme de nuevo.

Nunca pense que fuera asi todo paso y luego me arrepenti. me llomo car pra mantener mi nopmbre en anonimato, tengo un perro de raza roswahile un poco adulta ya, bueno el caso es que me puse a ver porno zoofilico y vei como los perro follaban a las mujeres y gozaban de la penetracion de esos animales y para hacer esto un poco corto, en una oportunidad me quede sala en casa y yo a la verdad no soy fea soy un poco nalgona no tan grande y mido 166 y bueno como les decia me quede sola y en eso vi mi perro entra a casa y note su pene inchado osea su nudo un poco crecido y se me ocurrio la briyante idea de tocarlo y note que estaba bien dura.

eso me puso cachonda recordando los videa que habia visto.

me fui a mi cuarto y no dejaba de pensar en aquello y mas pensaba vi algunos videos mas y me dieron mas ganas y me quite la ropa y empece a tocarme y de rrepente sali a la sala sin nada osea totalmente desnuda y de inmediato como si fuera yo de mucha experiencia sin tenerla me puse en cuatro a jugar con el hasta que se le antojo montarme e intente agarrar su pene para dirijirlo pero el estaba un poco nervioso claro dejeme informarle que era un perro que jamas habia montado una perra la primera era yo, se monto sobremi yo en cuatro y logre dirijirlo pero cuando lo llevaba a mi vajina hice un estod en mi culito y el sin pensarlo empezo a bonbiar y me penetro.

fue algo rapido me lo clabo y culia llego y se salio.

no me gusto y me arrepenti sali de alli llena de su leche corri a bañarme y luego a pensar en lo que hice.

ok para finalizar esta primera parte unos dia despues me paso lo mismo me puse cachonda con muchas ganas y el aparecio de nuebo y me dije voy a darle otra oportunidad a ver que pasa de inmediato me fui al piso y mne quite todo quedando expuesta a sus deseos y el perro me monto despues de ganarme su confianza jugando como la ultima vez y lo diriji estavez fue mas facil pero igual lo deje en mi ano cuando me penetro note que culio con mas intensidad y me lo metio todo tanto que sentí su verga hasta adentro y como crecía nos qu8edamo pegados por unos segundo y el jalo y lo saco vi como su lecorria akl piso y el empeso a lamer mi culito, ya era su hembra su perra y se volvia a montar lo diriji y me volvio a cojer ufff que rrico fue esta vez a lo mejor diria esta vez no te vas a escapar lo senti todo a dentro y se quedo pegado un roto y me lo saco quiso volver a cogerme y le dije no esta bien por hoy puede llegara alguien lo acaricie y lo saque al patio.

fui al baño y estaba toda llena de su leche el entendio que yo era su hembra y sabe que cuando tengamos la oportunidad me puede coger las veces que quiera.

Hace semanas que no sé nada de Tal. Desde que el cornudo se había quedado sin trabajo, no la dejaba ni a sol ni a sombra.

Un día me la encontré por la calle.

¿Cómo estás? hace días que no sé de ti.

Si, lo siento. El cornudo ha encontrado trabajo fuera del país. Estará como dos o tres meses fuera, así que quiere estar las 24 horas conmigo. No me puedo escapar

¿Y cuando se larga?

En un par de semanas. Cuando lo haga te aviso y follamos todos los días.

Habrá que recuperar.

Por la acera viene un tipo, así que le doy dos besos y la dejo irse.

Joder, esta zorra me pone la polla dura solo de verla un rato, pienso mientras me la acomodo.

Al día siguiente le envío un mensaje.

Hoy estaré en la oficina un buen rato, escapate.

A ver si puedo, avisame cuando estes.

Termino mis cosas de casa y me dirijo a mi oficina. Cuando esto allí la mensajeo diciendo que ya estoy, que venga.

En 15 minutos estoy ahí.

En eso llega mi vecino de oficina, joder que putada, además es el propietario de la mía al que pago alquiler.H ablamos un poco, las cosas de siempre. Él entra en la suya y yo en la mía. Al poco llega algún conocido de este y se ponen a hablar en su cubículo, se oye la conversación.

Me pongo a mis cosas, pasan los minutos y de repente Tal está en la puerta mirándome, voy hacia ella, la beso, me besa, nuestras lenguas se cruzan y luchan. Cierro la puerta.

Que ganas de verte.

Y yo a ti, zorrita

Solo nos besamos, nos mordemos.

Está mi vecino, no vamos a poder follar. (con lo que grita, desde luego que no)

Pero nos comemos la boca y nuestras manos nos recorren mutuamente. Las deslizo debajo de su ropa, esas tetitas que tiene, el culo que me vuelve loco, por detrás voy jugando con su coño. Se moja rápidamente.

No quiero follarla, el vecino de trabajo , esta grita mucho, así que le meto un par de dedos, por delante, en su coño. Con mi mano libre le sujeto los dos brazos a su espalda, no la voy a dejar que me toque. Empieza a gemir, necesita correrse, le doy cada vez mas fuerte, mas rapido

Aaaaaaah.

Empieza a tensarse, se corre. Se corre con una facilidad pasmosa. Allí de pie corriendose, estirada intentando no caerse al suelo, aunque yo la sujeto por sus mano en la espalda, metiendo la lengua en su boca abierta buscando aire. Y sigo, sigo dándole fuerte al clítoris por fuera y por dentro.

Joder….me corro, me corro.

No la dejo gritar, le suelto las manos y me busca la polla me la saca y empieza a menearla fuerte imitando lo que le acababo de hacer.

Haz que me corra

Se arrodilla y comienza a mamarla, traga polla como si le fuera la vida en ello, babea, mojando el pantalón. La saliva le chorrea, chapoteo de mi polla en su boca, arcadas.

Mira hacia arriba. Aparta su boca para decirme:

Correte

Y se la vuelve a tragar enterita. Los golpes de mi pubis en su cara, ese ruido de tragona , las babas. Empiezo a correrme y mover la cadera mas fuerte para follarme esa boca de zorrón. Follandola. Y me corro en su boca, en su garganta. Tose expulsando semen que se derrama por su ropa, el resto se lo traga como una buena putita.

Me limpia la polla. Me aparto y me subo el pantalón, la ayudo a levantarse. Hace lo mismo. La acompaño hasta la puerta.

no puedo esperar a que el cornudo se marche, en unos días voy a verte y me follas.

El Perro de mi Vecino:

Estube más de cinco días encerrada en la pieza de la pensión. _ ¿ Depre? _ No lo sé.

No quería ver a nadie.

Me levantada tarde , tipo 11 AM., Tomaba unos mates y me volvía acostar.

A veces , me despertaba llorando , otras veces , riéndome.

Crei que me estaba volviendo loca. No sé que es la locura , pero sentí que algo en mi cabeza estaba fallando.

Desesperada y con mucho esfuerzo me propuse salir a caminar por el parque. Daba un par de vueltas y me volvía a encerrar.

Por la noche me masturbaba para bajar la tensión que sentía.

Buscaba objetos fálicos y me los clavaba por atrás y por el frente: desodorantes , mango de paraguas, tacos de zapatos , pepinos, zanahorias , etc, etc , etc.

Un día salí a la calle para buscar sexo, de cualquiera, sin pretensiones :

Me le ofrecí al encargado del edificio , al kiosquero , al chico del delibery, pero se asustaron al verme tan decidida.

Caminé por el borde de las vías del tren con la esperanza de ser violada . Nadie me daba banana. Nadie tenía el coraje.

Cansada de buscar el placer en otros, me fui a un sexshop y me compré un consolar del tamaño de un burro.

Era de color carne, flexible y muy realista.

Esa misma noche me prepare para la auto_satisfaccion : mezcle lubricantes con caramelos mentolados , para favorecer y aumentar el placer.

Cuando estaba a punto de complacerme , tocaron a la puerta. Era mi vecino que me pidió que cuide de su mascota, un hermoso macho de raza Basset ( batata): un perro de patas muy cortas , cazador y de cuerpo fuerte.

Mi vecino necesitaba viajar para cuidar de su madre y se iba a ausentar por tres días.

Mientras me explicaba las razones de su pedido , no podía dejar de mirar el miembro del animal , que estaba muy bien dotado.

Contenta , le respondí que no habría ningún problema y que se ocupará de su familiar.

Ni bien cerré la puerta , me desnude por completo y me puse a caminar en cuatro patas.

Iba a ser su perra por varios días y como tal me iba a comportar.

Comería y me acostaría en el suelo, junto a el.

Deje que me huela y me dejó que yo también pusiera mi nariz en sus testículos, se los lamí.

Cada vez que mi sexo se caldeaba , el Basset , me lo limpiaba , y cuando sacaba su punta , yo se lo besaba.

Me sentía su novia, su hembra, su perra , su todo.

Sabía que para el era muy importante, sería su única oportunidad de coito, no moriría virgen .

Hicimos el amor por la mañana, durante la siesta y por la noche.

Teníamos relaciones cuando el lo deseaba , Yo siempre abierta , lo dejaba montar.

En el acto permanecía acostada, no necesitaba arrodillarme.

Sabía meterla con calidad, rapidez, profundo.

Su carne era suave, fuerte.

Su semen se sentía caliente dentro de mis entrañas. Me hacía vibrar .

Me gustaba completar mi desayuno con un trago de sus espermas.

Estimulaba sus testículos con mi boca y lo dejaba desagotar en mi vagina.

Éramos felices , fuimos felices.

Así vivimos por tres hermosos días, hasta que llegó su dueño y se lo llevó.

«Y Godric tomó a Rowena y se entrelazaron en un único y primoroso acto de amor, sellando sus dos almas con la magia más poderosa del mundo».

¡¡Maldita sea, esto no me sirve de nada!! Hermione Granger cerró el pesado tomo de Historia de la Magia con frustración. ¡No me lo puedo creer! Había llegado el día que más temía: la biblioteca de Hogwarts la había fallado. Se había pasado horas consultando sin éxito los otrora informativos volúmenes, pues no había encontrado ni una sola mención a lo que andaba buscando. ¡Ni la referencia más vaga! Si la mayor fuente de sabiduría que conocía no era capaz de resolver sus preguntas, ¿dónde podría buscar? Todo su mundo se venía abajo.

Y todo por culpa de la petarda de Panty Patkinson, pensó con amargura El día anterior la cruel muchacha de la Casa Slytherin había hecho una broma humillándola delante de todo el Gran Comedor. Sus amigos corrieron a defenderla, pero el daño ya estaba hecho y su reputación manchada. Había sido durante el banquete de bienvenida de su sexto año*, en el que el Profesor Dumbledore les había anunciado una cosa maravillosa: el Torneo de los Tres Magos volvería a realizarse de nuevo. Habían pasado más de cien años desde el último así que iba a ser el acontecimiento del siglo. Hermione había comentado ilusionada que representantes de las escuelas mágicas de Beauxbutons y Durmstrang acudirían para enfrentarse a las terroríficas pruebas, a lo que Patty había comentado, con su venenosa voz: «No estés tan ilusionada que no te van ni a mirar. ¿Qué vas a hacer con los chicos de Durmstrang? ¿Leerles un libro?». Esa chica parecía haber nacido para escuchar conversaciones ajenas. El Gran Comedor porrumpió en una sonora carcajada, en la que estaban incluidos algunos de los alumnos de su propia casa, y Hermione abandonó corriendo el salón con la cara roja y lágrimas en los ojos.

Como no era la primera humillación en su vida, al día siguiente estaba con el ánimo resuelto, dispuesta a no volver a dejar que nadie la avergonzase. Se había saltado el desayuno ante la atónita mirada de sus amigos, yendo rauda a la biblioteca. «¡Es el primer día, Hermione, no tenemos deberes» había dicho Ron. No obstante, aunque no hubiera tenido la necesidad de buscar información, no habría tardado en acudir a ese sitio, su favorito dentro del castillo. El olor a cuero viejo, el suave rasgueo de las plumas sobre los pergaminos, el placer de recorrer sus polvorientas páginas, repletas de secretos… Todas esas cosadas, sumadas a la increíble cantidad de conocimiento que atesoraban, hacían que Hermione amase los libros, cosa que nunca nadie pareció entender. Y a pesar de todo, la habían fallado. No esperaba encontrar nada claro en la hora del desayuno, así que volvió por la tarde y el esfuerzo fue igual de inútil. La noche estaba ya entrada y la biblioteca estaba a punto de cerrar. Quizá… No, debía darse por vencida.

Abandonó la bilioteca abatida, conteniendo sin mucho éxito su frustración. Tendría que comerse la vergüenza y preguntarle a sus compañeras de habitación. Tenía que saber lo que era realmente el sexo, o mejor dicho, por qué todo el mundo parecía tan ansioso en torno a él. Conocía la mecánica, por supuesto, ya que lo había estudiado en su anterior colegio. El hombre fecunda a la mujer introduciéndole sus miembro viril. Lo que no entendía es qué había de especial en eso. Sabía que el acto en sí daba placer, ¿pero tanto? No podía creerlo. Necesitaba una confirmación, necesitaba pruebas.

Hermione era la persona más inteligente del castillo, quitando a Dumbledore, pero tenía muchas asignaturas pendientes. Esta era una de ellas. Sabía, no obstante, que los demás alumnos no eran como ella. Harry y Ron se cuidaban de no hablar de estos temas en su presencia, cosa que generalmente agradecía. Ahora no tanto, pues ambos dos habían tenido novias y seguro que también relaciones. Podrían haber sido de ayuda. Las chicas de su curso la respetaban, pero no la incluían nunca en sus planes ni en sus conversaciones. La veían como una empollona y, peor aún, como la amiga de Harry Potter. Él era la persona más popular de la escuela y eso hacía la vida un poco difícil a sus amigos, que siempre quedaban opacados.

La única amiga de verdad que tenía era Ginny, pero ella era un curso inferior y tenía su propio grupo, su novio y sus cosas. No se sentía cómoda preguntándole algo tan privado. Además, ella era menor y preguntarle hubiera sido humillante. ¿No debería ser Ginny la que le preguntase a ella? Pero claro, las tornas habían cambiado y era la chica joven la que tenía la experiencia y la mayor, las preguntas. Más aún, ¿y si no fuera capaz de guardar su secreto? ¿Y si se enteraban Harry y Ron? O peor, ¿y si se enteraban el resto de alumnos? No podía correr ese riesgo. Intentaría preguntárselo discretamente a sus compañeras o quizá, inmiscuirse en sus conversaciones para aprender.

En eso estaba cuando llegó al baño de chicas del tercer piso. No había estado prestando atención a sus pasos, sumida como estaba en sus cavilaciones. No le vendría mal refrescarse un poco la cara, así que entró. Sonrió con nostalgia recordando el incidente del troll en su primer curso. Había sido entonces cuando su amistad con Harry y Ron se había cimentado. Estaba intentando desencresparse el pelo, especialmente enmarañado aquel día, cuando notó que algo la traspasaba. Un fantasma con un antiguo uniforme de tono verdusco se encontraba a su lado, ofreciéndole una sonrisa insufrible.

—¡Myrtle! ¡Te he dicho mil veces que no hagas eso! —gritó Hermione.

—¿Qué pasa? Pensé que no te vendría mal que alguien te atravesase de vez en cuando…

—¿Qué se supone que quiéres decir con eso?

—Nada, nada, no te asustes.

—¿Asustarme yo? ¡Aquí el susto eres tú, que para eso eres un fantasma!

—¡Niña idiota! ¡Cómo te atreves a decirme eso! ¡Habrase visto! ¡¡Me las vas a pagar!!

Hermione salió atropellada del baño y echó a correr a toda velocidad por el pasillo. Desde el principio su relación con Myrtle había sido mala y esta vez la había ofendido de verdad. Ella era muy susceptible con su condición de fantasma, aunque extrañamente adoraba hablar de su propia muerte. Iba a ser difícil darle esquinazo a una persona que podía atravesar paredes. Myrtle no era peligrosa, pero si muy pesada y no iba a dejarla en paz hasta que se disculpase, cosa que ella no quería hacer. Torció al siguiente pasillo y antes de que Myrtle la alcanzara, se echó a sí misma un hechizo desilusionador. No era tan efectivo como la capa de invisibilidad de Harry, pero la ocultaría lo suficiente como para que Myrtle la perdiera de vista. Pasó a su lado segundos después, refunfuñando ella sola:

—¿Asustar yo? ¡La que asusta es ella con esa cara de amargada!

Hermione enrojeció tanto que por un momento pensó que se rompería su hechizo. Una cosa es que se rieran los demás, ¿pero Myrtle? ¿Un fantasma que había muerto durante una pataleta de adolescente? La furia se agolpó en su rostro. Eso no lo iba a permitir. Volvería a la biblioteca y encontraría algún manual que contestase a sus preguntas. El mundo muggle estaba repleto de libros y películas sobre sexo, ella lo sabía por el tiempo que pasaba con sus padres en verano, así que en el mundo mágico no podía haber menos. No podía ser que hubiera tan poca información sobre el tema.

Lo conseguiría, dominaría esa asignatura. Y cuando lo hiciera, dejaría de ser Hermione la empollona, siempre encorvada por el peso de una mochila de libros. Se convertiría en el objeto de deseo de todo Hogwarts.

Volvió a la biblioteca, que tenía las luces apagadas. Forzó la entrada con su varita y abrió la puerta con cuidado en busca de la Señora Pince. Como la pillase la bibliotecaria estaría metida en un buen lío. Parecía que no había nadie así que se dirigió a los estantes. Con la varita fue iluminando los volúmenes. Muchos de ellos ya los había consultado alguna vez. No, estos no le servirían, en ninguno de ellos había encontrado la más mínima referencia. Hasta que se le ocurrió… ¡Claro! ¡la Sección Prohibida! No había contemplado la posibilidad porque esa tarde pensó que le costaría mucho menos encontrar lo que buscaba.

La Sección Prohibida era uno de los sitios más restringidos de Hogwarts, aunque su acceso se encontraba allí mismo, al lado de la biblioteca normal y separada por un cordón. De día la vigilaba la bibliotecaria y solo se podía entrar con el permiso expreso de un profesor. Claro está, allí no había nadie para impedírselo. Entro a ese pasillo y contemplo las decenas de manuscritos, aún más polvorientos que los demás que había consultado. Aquellos libros contenían magia oscura y por eso los alumnos tenían vetado su uso. Los volúmenes le daban mala espina, pero también eran una fuente de conocimiento que nunca había abordado, así que fue paseándose, sacando de cuando en cuando algún libro de su sitio. Uno de ellos se quedó adherido a su mano cuando lo cogió y tuvo que hacer un contrahechizo para librarse.

Sin saberlo, había elegido el libro que contestaría a todas sus preguntas. Leyó su título «El tercer ojo» y en seguida le llamó la atención la foto de su portada, un humano con alas de águila y lo que parecía… un pene monstruoso. Lo abrió con el pulso latiéndole a mil por hora y un rápido vistazo la confirmó que ese era el libro que había estado todo el día buscando. Lo cerró, dispuesta a investigarlo a fondo, no sin darse cuenta de que con el forcejeo del maleficio, una pequeña libretita negra se había caído del estante. La hojeó curiosa y encontró que sus páginas estaban en blanco. Bueno, me servirá para tomar notas, me he quedado sin pergamino. La Señora Pince se moriría si supiera que iba a utilizar uno de sus preciados libros para escribir en él.

Se sentó en una mesa y empezó a leerlo. No cabía duda de que era un poderoso manual de magia oscura. Pasó ante cientos de hechizos sexuales que iban desde aumentar la potencia sexual, el tamaño de los atributos, técnicas anticonceptivas… Pronto se dio cuenta de lo equivocada que estaba. De primeras, había un montón de información, lo que indicaba que el sexo no era un asunto menor como había pensado. Tomó nota de todo ello. A juzgar por lo que decía el libro, era uno de los motores de la sociedad y del ser humano.

También tuvo que reconocer el error de que había sobrestimado la cantidad de prácticas relacionadas con el tema. Ella había supuesto que se circunscribía a la penetración. No obstante, leyó sobre un montón de sexualidades diferentes. Había gente que se tranformaba total o parcialmente en ánimales para la cópula. Se sorprendió porque algunos consideraban el olor como un ingrediente de gran atractivo sexual. También encontró descripciones y dibujos de artilugios que por su forma ya se imaginaba como se utilizarían… Incluso había algo que nunca habría imaginado… Había todo una categoría para los brujos que disfrutaban de los fluidos… hasta de la orina. Todo eso la asqueaba un poco, pero como había hecho con la anterior, fue apuntando en su libreta lo más destacable.

Descubrió que había un denominador común en muchas de esas prácticas. Independientemente de si fuera un mago o una bruja la que los realizase, solía estar presente un componente de dominación sexual. Era una de las filias más repetidas y había toda una variopinta selección de embrujos para lograr que la bruja o mago se convirtiese en tu propio esclavo sexual. Hermione que era una firme defensora de los derechos de los elfos domésticos no se interesó por estas relaciones que consideraba amorales. No obstante, había un hechizo que destacaba entre los demás.

EMBRUJO DEL FLAGELLUM

Una poderosa magia antigua que servirá los más oscuros propósitos de los magos ambiciosos. Tan sencillo de utilizar como potente su efecto. Realízalo apuntando sobre una parte del cuerpo y cada vez que esta sea revelada, la persona que la vea se convertirá automáticamente en tu esclavo sexual. El efecto dura 24h y durante ese tiempo la persona hechizada obedecerá todas y cada una de tus órdenes. Al día siguiente no recordará absolutamente nada. Los efectos se pueden acumular y al cabo de una semana continua de sumisión, se convirtien en permantentes. Se aconseja utilizar una parte del cuerpo poco visible, pues la sobreutilización puede conllevar efectos secundarios.

Hermione leyó la descripción estupefacta, junto con la descripción del movimiento de varita que debía hacerse y las palabras que debían pronunciarse. ¿Y sí…? No, no podría. ¿Pero, qué haría entonces? Había descubierto que este mundo era mucho más amplio de lo que creía. Necesitaba practicar, la teoría sola no bastaba. Un esclavo le ayudaría a todo ello y además no recordaría nada… Los efectos no eran irreversibles… Sí, lo haría. ¿Por qué no?

Alzó su varita, memorizando las palabras e inició el complejo movimiento del hechizo. Pronunció «Flagellum esse» y apuntó a su rodilla, una parte de su anatomía que consideraba inocua, justo en el mismo momento en el que oyó el estridente sonido del bufido de un gato. ¡La señora Norris! pensó, mientras la varita se le escurría de sus manos y caía en su zapato. Se agachó a toda prisa, cogió la varita y volvió a realizar el maleficio. No podían pillarla, no con ese libro, así que tenía que hacerlo rápido. Recogió sus cosas, llevándose la libreta en la que había tomado notas, y devolvió el libro a su estante. Se hizo un encantamiento desilusionador para salir sin ser vista, por si acaso el conserje andaba merodeando por allí, y se dirigió a la Torre Gryffindor.

Una vez tumbada en la cama, se encontraba feliz y radiante, a pesar de que solo quedaban un par de horas para levantarse. Había conseguido averiguar lo que quería y ahora posiblemente sabía más del tema que sus propios compañeros. No solo eso, sino que habia realizado un maleficio que la ayudaría a practicar para dominar el tema. Y mejor aún, se había saltado las normas. Ella sola, sin ayuda de Harry y Ron. Se durmió con una sonrisa ilusionada y la cabeza llena de mil y una posibilidades.

A la mañana siguiente se reunió con sus compañeros en el Gran Comedor. Le preguntaron que dónde se había metido el día anterior y ella respondió que en la biblioteca, restándole importancia. Verdaderamente, tampoco era tan raro. Ron hizo un par de chistes sobre el tema, pero en seguida su tema de conversación volvió a lo que era la comidilla de todo el castillo: el Torneo de los Tres Magos. Harry y Ron discutieron sobre quiénes serían elegidos los campeones de Hogwarts. Ellos no podían participar puesto que solo los alumnos del último año podían hacerlo. Dumbledore les había asegurado que habría un complejo sistema de magia para evitar que los alumnos jóvenes pudieran saltarse el protocolo. Parecían muy emocionados, pero Hermione apenas les escuchaba.

La noche anterior no había contemplado que tenía que elegir a una persona para probar su hechizo. Le empezó a dar vueltas en la cabeza, considerando los posibles candidatos. Tenía que ser una persona de su confianza, por si acaso algo iba mal, pero no tanto porque no quería herir sus sentimientos, aunque el libro aseguraba que no recordarían nada al día siguiente. Harry y Ron quedaban descartados por ese motivo, porque eran demasiado importantes para ella.

Dejaron el Gran Comedor y se dirigieron a las mazmorras, la morada del odiado Profesor Snape. Este año impartiría las lecciones de Defensa contra las Artes Oscuras, para disgusto de todo el mundo menos de Snape y sus adláteres de Slytherin. La asignatura de Pociones la impartía un viejo profesor amigo de Dumbledore. Habían tenido clase con él el día anterior y todos coincidieron en que jamás se habían sentido tan agusto en las mazmorras. Hoy, sin embargo, era su primera clase con Snape y la calidez que habían sentido se esfumaría como un encantamiento desvanecedor.

Snape aprovechó la clase para dedicarse a su afición favorita: menospreciar a los Gryffindor, en especial a Neville y a Harry. Harry era obvio, su rivalidad venía de antiguo, mucho antes de que el niño que sobrevivió llegara a este colegio. Snape había sufrido malos tratos por parte de James, el padre de Harry, que había sido un joven inconsciente. Ese odio había traspasado las generaciones y en el aula era tan evidente que casi podía vislumbrarse en el ambiente. En cuanto a Neville, nadie sabía por qué lo martirizaba tanto el despreciable profesor. Sí, era un chico más bien inútil, pero tenía un gran corazón. Cuando no le presionaban, podía ser incluso un mago competetente. El problema del chico era la inseguridad y Snape se aprovechaba de ello.

Harry aguantó con estoicismo las palabras en forma de dardos venenosos, acostumbrado a lidiar con una imagen que muchas veces le convertía en el blanco de las bromas y las críticas, pero Neville se derrumbó, no pudo aguantar la presión. Harry respondió en su ayuda, contestando de forma irrespetuosa al profesor. Él sonrío pues es lo que quería. La mayoría de las clases se resumían en un tira y afloja entre Snape y los alumnos; él los provocaba para que se rebelasen y así poder castigarlos. Eso mismo hizo y tanto Harry como Neville recibieron la tarea extra de hacer sendas redacciones. Snape en su acostumbrada equitatividad, había castigado a Harry y a Neville por igual, aunque este último realmente no había hecho nada.

El resto del día transcurrió con normalidad, con Harry criticando a Snape a cada rato y comentando lo injusto de su actitud. Generalmente Hermione le habría consolado, pero seguía pensativa, dilucidando quién podría ser la víctima de su maleficio. Desde luego, una cosa era realizarlo y otra llevarlo a cabo. Dudaba que pudiera hacerlo.

Ya de noche se encontraba en la sala común de Gryffindor, poniendo en limpio las notas que había tomado en las clases de ese día. Harry y Ron se habian marchado hace un rato y en la sala solo quedaba Neville, enfrascado en la redacción con la que lo habían castigado. En ese momento, bajo el titileo del crepitante fuego, vio resueltas todas sus preocupaciones. Neville, el pobre Neville. ¿Quién podía ajustarse a sus exigencias mejor que él? Era de su confianza y también muy tímido, así que lograría manipularle de alguna forma si algo salía mal. Con un remordimiento de conciencia, recogió su media, exhibiendo su rodilla izquierda, la fuente de los deseos según la descripción del hechizo.

—Neville, ¿sabes qué hora es? —preguntó dirigiéndose al joven y asegurándose de que viera su rodilla desnuda.

—Queda una hora para anochecer —dijo el chico.

Qué extraño, estaba segura de que el muchacho le había visto la rodilla pero no había reaccionado como esperaba. ¿Quizá hacia falta tiempo? Rebuscó entre su mochila para sacar la libreta en la que había apuntado sus notas. ¿Qué demonios? Estaba completamente vacía y eso que recordaba haber llenado varias páginas. Recorrió toda su extensión y no encontró ni la más pequeña mota de tinta. Ni siquiera tenía título ni estaba firmada. Estaba a punto de meterla en la mochila cuando vio como aparecían unas finas letras por arte de magia.

Enséñale tus pies.

¿Cómo? Esto debía de ser una broma. Una libreta… la estaba hablando. Y lo más extraño de todo, pedía que se descalzara. No sabía lo que estaba pasando. Quizá se había quedado dormida y estaba delirando en sueños.

Enséñale tus pies al chico.

Aquello era todavía más extraño. Quien quiera que controlase esa libreta, que tenía toda la pinta de ser un objeto de magia negra o por lo menos de mal gusto, estaba ahí, mirándoles, pues de otro modo era imposible que supiera lo que había intentado a hacer con Neville. ¿Pero quién o qué era?

El maleficio no ha salido como tú te crees.

Enséñale tus pies.

Vale, esto confirmaba sus sospechas. No recordaba que hubiera nadie en la biblioteca, ¿o sí? ¿Quién podía ser el que había descubierto sus secretos y estaba intentando engañarla con la libreta? La gata de Filch había aparecido justo antes de irse… Pero el conserje no podía ser, él era squib, jamás hubiera podido hechizar esa libreta. Con un escalofrío en la espalda Hermione pensó que tampoco iba a pasar nada por cumplir lo que se le pedía. ¿Qué podía salir mal? Si eso lo había hecho alguien para burlarse de ella, bueno, solo la verían descalza.

Siguiendo el impulso, se quitó un zapato. Apretó con energía su pie a través de la media para desentumecerlo. Los uniformes de Hogwarts tenían mucha clase, pero eran un engorro. Los alumnos solo se los quitaban para dormir y casi nunca utilizaban ropa muggle. Para Hermione eso suponía que se pasaba casi todo el día con capa, falda, medias y esos zapatos sofocantes. Que sus pies estuvieran todo el día encerrados hacían que le doliesen cuando se quitaba los zapatos, y también, para su vergüenza, que oliesen un poco. Se quitó la media de lana, haciéndola una bola, y alzó el pie, estirando los deditos. Tenía unos pies pequeños, muy blancos, pues nunca tomaba el sol. Uñas impecables y cierta pátina de sudor por haber estado todo el día encerrados. Para Hermione tener sus pies desnudos le causaba mucha libertad y disfrutaba todos los días del momento en el que se descalzaba para meterse en la cama.

—Neville, una hora has dicho, ¿no? —dijo Hermione, exhibiendo esta vez su pie.

—Sí, Hermio…

El chico se puso pálido antes de acabar la palabra. Sus labios formaron una o perfecta y sus ojos se desorbitaron tanto que parecían que iban a salirse de sus cuencas.

—Neville, levántate —dijo Hermione, probando su recién adquirido poder.

Neville inmediatamente se levantó. Sí, eso era, el hechizo había hecho efecto. Sin embargo, no se esperaba el resultado. Se había imaginado que el esclavo actuaría como uno de esos robots que había visto en la tele muggle, mas era más bien como un autómata, su cuerpo cumplía las órdenes pero el auténtico Neville seguía dentro, encerrado, como mero observador.

—Neville, ¿estás bien?

—De pronto estoy muy cachondo, Hermione —dijo con una voz atiplada y nerviosa.

—¿Por qué?

—Tus pies…

—¿Qué les pasa?

—Quiero besarlos.

—¿Cómo?

—Por favor, quiero besarlos —dijo con los ojos brillantes, pero sin moverse un ápice.

—Ven.

Neville se acercó titubeante, pero con sus ojos todavía centrados en su pie desnudo. Se arrodilló, poniéndose a su altura y posó sus labios en la parte superior, en un cálido beso. Por la forma en la que miraba y trataba sus pies parecía una madre contemplando a su hijo recién nacido. Neville empezó a besar su planta, sus deditos, su empiene… Colmó de besos toda la superficie de esa parte de anatomía que nunca pensó que fuera tan excitante. De hecho… Era algo raro para Hermione. Sentía en cierta manera el control que tenía sobre el muchacho, y eso la excitaba. Eso es lo que quería, ¿no? Que la deseasen como a las demás chicas. Pero también notaba placer… La experiencia trascendía más allá de lo psicológico y entraba en el terreno de lo físico.

Alzó la otra pierna que Neville descalzó obediente. La desvistió con cuidado dejando que poco a poco su media fuera revelando su blanca piel. Cuando liberó su pies, le dedicó las mismas atenciones, con la misma pasión inaudita en él. Puede que Neville fuera un chico torpe, pero ahí se estaba luciendo. Con las manos masajeaba su talón mientras que con los labios besaba cada centímetro de sus pies, cada poro de su piel.

Movida por el instinto, Hermione llevó su dedo pulgar a la boca del chico, haciendo presión para introducirlo. Neville obediente abrió la boca y dejó que el dedo lo llenara. Dios, aquello era aún mejor. Sentía la saliva en su pies, frío y calor a la vez, y cada roce de sus dientes hacía que diera un respingo de placer. Empezó a sentir un fuerte calor en su sexo y supo, aun sin verse, que estaba roja como un tomate. Acarició tímidamente su pubis, una zona que tenía completamente inexplorada, mientras el chico pasaba de chupar el dedo gordo a los demás deditos.

El cariño con el que lo hacía era el mismo que con los besos de antes. Más que cariño, devoción. Había un brillo especial en su mirada, una cara de satisfacción plena, y tenía los mofletes rojos, tan alterado o más que ella. Pronto fue más aventurado con sus intenciones, más intrépido con su lengua. De las suaves caricias pasó a lametones más pronunciados, que le provocaron un placer electrizante. Había una parte en concreto que alteraba todo su ser cada vez que la lengua del chaval la tocaba. Era la zona justo debajo de sus deditos y espasmos de placer la inundaban con cada caricia.

Justo cuando Neville estaba imprimiendo un ritmo salvaje a sus lametones, manchando de saliva tanto a su cara como a sus pies, Hermione los retiró, echándose para atrás. Apartó sus pies y Neville puso un mohín de tristeza. Ambos se miraron acalorados, sudando y con la cara completamente roja, aunque la de Neville estaba empapada.

—Neville, vete a tu cuarto… y olvida todo esto —dijo Hermione, con un hilillo de voz.

Neville se levantó y sin dirigir ni una palabra, fue hacia la puerta. Ni siquiera recogió sus cosas, que se habían quedado en una mesa cercana. Hermione se echó las manos a la cabeza, con el corazón todavía clavándose en su pecho con cada latido. ¿Qué acabo de hacer? Se dijo a sí misma. Quería experimentar que era el sexo, pero no estaba segura de que aquello fuese lo normal… ¿O sí? Se había sentido excitada de una forma que nunca había vivido antes. La sensación era como recibir diez Extraordinarios en sus TIMOs. No, mejor, mucho mejor. Había sentido un picor que todavía la llamaba a acariciarse el pubis… La plenitud que había notado ante la actitud servil de Neville. ¿Aquello tenía explicación?

Y lo más raro, ¿por qué los pies? ¿Qué tenían esa parte de su cuerpo que despertaba tanta devoción en Neville? No estaba segura de que aquello se deviera solo al hechizo; la mirada de Neville revelaba que aquello lo afectaba a niveles profundos de su ser. Y el hechizo, ¿cómo había hecho efecto? ¿Cómo se había vinculado su pie en vez de su rodilla, como había querido en un principio? Muchas preguntas se agolpaban en su ser y su parte analítica se antepuso a la pasional. Pregunta a pregunta, Hermione. Sí, no podría resolver todo de golpe, aquello era un puzzle que debía encajar pieza a pieza.

Había una pregunta, la más importante, que todavía no se había formulado. Abrió la libreta y con mano temblorosa escribió en el medio de una de sus páginas. No sabía si funcionaría, pero algo le decía que sí.

—¿Quién eres?

Soy Tom Riddle.

[*] Este relato se ubica en el universo de Harry Potter, pero eso no quiere decir que vaya a seguir al pie de la letra el canon. En este mundo el Torneo de los Tres Magos se produce en el sexto año, Lucius Malfoy nunca tuvo posesión del diario de Tom Riddle y Voldemort no resucitó en el Cementerio. Si buscáis historias que sigan fielmente las novelas originales, seguro que encontráis multitud de relatos en esta página.

Saludos.

Que puedo decir sobre mi? En pocas palabras soy de mas puta y me encanta. Tengo buen cuerpo, mis pechos son grandes (soy 36 DD), tengo una bonita cintura y aunque mi trasero no es tan grande como me gustaría pero no esta mal.

Me caliento muy rápido y me gusta probar de todo.

De como probe a un perro.

Los perros siempre me han gustado y siempre he tenido uno, pero cuando cumplí 20 me llego un relato de Zoofilia y Dios me encanto, desde entonces no pude dejar de pensar en como seria hacerlo con un perro, por desgracia solo tenia una perrita pequeña a la que había criado desde pequeña así que ella estaba totalmente descartada pero un dia mi primo tuvo que salir de la ciudad y me pidió cuidar a su perro un fin de semana.

Fue un día muy normal a decir verdad, llegue en viernes por la noche, mi primo había salido de urgencia así que no lo vi y solo me mando un mensaje con instrucciones, esa noche no paso nada solo llegue y dormí en el cuarto de invitados pero claro que metí a Pancho (un hermoso pastor alemán) en mi cama (solo para dormir).

El sábado me levante temprano y le pase unas fotos a mi primo de su perro tipo «Sigue vivo y bien» pero para la hora de la comida ya estaba aburrida, verán mi primo vive en una privada de casa y no hay mucho que hacer ahí así que me vi una películas y luego me puse a leer un poco en internet y por supuesto me metí a cierta pagina con relatos eróticos que había descubierto hacia algún tiempo y por supuesto me puse muy caliente y me dije a mi misma «por qué no?» primero revise toda la casa como paranoica por si se le había ocurrido a mi primo dejar alguna cámara, pero después de buscar y buscar no encontré nada así llego la noche y la decisión, ya era sábado y mi primo regresaría el lunes por la mañana así que tenia que hacerlo YA.

Y lo hice subí a mi habitación con Pancho «para dormir» y una vez dentro me quite toda la ropa y llame al perro para acariciarlo, inmediatamente se puso para que le rascara la panza pero en lugar de eso comencé a masturbarlo y después empece a lamerle la punta roja que ya se asomaba, él se paro y yo seguí lamiéndolo como si fuera una perrita, creo que no entendía lo que pasaba y comencé a masturbarme para estar bien mojadita para él, solo basto un poco para lograr mi objetivo, así que me di vuela y le ofrecí el culo y pronto sentí su nariz fría en mi ya caliente vulva y fue genial.

Pronto paso a lenguetearme tan bien y tan rico como ningun hombre (y créanme que he probado bastantes lenguas), cuando sentí que estaba a punto de montarme se me antojo jugar un jueguito con él y ser una perrita totalmente, así que comencé a moverme en cuatro patas alejándome de él o sentándome en el piso cuando me iba a penetrar, el jueguito le desespero bastante mas rápido de lo que pensé y me gruño y eso es lo mas excitante que pudo hacer, después de eso le di justo lo que quería y él ni tarde ni perezoso me la metió como todo un semental.

Sentir la verga de ese animal me saco por completo de mi, era grande y gruesa y tan venosa. en ese momento pensé que lo único que podía ser mejor que eso seria que hubiera una gran audiencia, pero solo estábamos él y yo y él me daba y me daba y no me soltaba, cada vez era mas profundo y mis rodillas comenzaron a doler, así que me quise acomodar, pero él no me dejo gruño y clavo sus garras en mis caderas, así supe que en verdad era su perrita. Me dolían mis rodillas y me encantaba, me encantaba ser solo un mero medio para su placer un placer salvaje sin restricciones.

No se cuanto duro, pero en verdad duro mucho cuando sentí lo que no pensé que ocurriera su pene se hinchaba y lo supe me iba a abotonar y me graduaría como perra y el orgasmo llego abrazador cuando creí que mi vagina se iba a rasgar, y sentí su lechita caliente y abundante dentro de mi, pasaron varios minutos antes de que me soltara y yo cayera al suelo agotada y adolorida pero con una gran sonrisa, fue cuando lo decidí seria una perra en toda la extencion de la palabra y él seria mi macho, mi amo y mi dueño, al menos hasta que mi primo regresara.

Lo primero que hice fue atender a mi amo, vi que se lamia su pene que aun tenia expuesto y comencé a limpiarlo con mi lengua como creí haría una buena perrita, mi vagina palpitaba pero no me importo, me gustaba sentirme abierta escurriendo semen de mi amo perruno y termine de limpiarlo y pronto me di cuenta que el semen escurrido también estaba en el piso y también lo limpie como buena perrita, luego le hice señas para que subiera a dormir a la cama y yo baje una almohada y un cobertor al piso y dormí ahí. En verdad quería sentirme una perra, no sabia si tendría otra oportunidad como esa.

A la mañana siguiente me despertó, era hora del desayuno y lo debía atender, le tome unas fotos para mi primo y las mande, tome la decisión de no vestirme ni andar en de pie, literalmente seria una perrita. bajar las escaleras fue un reto, y servir su comida y solo hasta que él termino me serví un poco de serial el cual comí en el piso justo donde él comía, no hacia terminado mi cereal cuando mi macho decidió que quería volver a probarme, así que abrí mis piernas y me entregue a mi macho, de nuevo me jodió sin piedad y me abotono y de nuevo jure que seria su perra de por vida.

Al medio día él estaba jugando en el patio, el cual tiene paredes altas y pensé que debía salir a jugar con él y así lo hice, al principio me dio algo de miedo pero después de dos horas ya era una perra feliz, incluso orine en el jardín (porque los perros deben hacer afuera) basta decir que ese fue el domingo mas feliz de mi vida, solo entrábamos a comer, y por supuesto que follamos en el jardín varias veces, creo que lo deje exhausto y él a mi me dejo muy adolorida pero muy bien follada.

Volví a dormir en el suelo, pero ahora con él a mi lado y mi primo llego el lunes al medio día, lo que me dio tiempo de limpiar todo mi desastre.

El lunes me despedi de Pancho y me senti tan triste ahora que lo habia probado lo necesitaba, por suerte para mi no fue ni la ultima vez ni el ultimo perro que probe.