Incesto

Soy Pablo, tengo 22 años y estudio ingeniería en la universidad. Mi vida es bastante normal: clases, trabajos en grupo, alguna salida con amigos los viernes. Pero los fines de semana, cuando voy al pueblo a casa de mi abuela, todo cambia. Ahí está Lucía, mi prima, 19 años, estudiante de psicología, con esa mezcla de inocencia y provocación que siempre me ha descolocado. No es solo que sea guapa —que lo es, con su pelo castaño largo y esos ojos que te atraviesan—, es cómo me hace sentir cuando está cerca. Y lo que pasó el verano pasado cruzó una línea que nunca imaginé cruzar.

Fue un sábado de julio, de esos días tan calurosos que el aire parece pegarse a la piel. Mi abuela se había ido al mercado del pueblo, mis tíos estaban en el campo trabajando, y la casa estaba en silencio, solo se oía el zumbido de un ventilador viejo en el salón. Lucía y yo estábamos en el porche, sentados en unas sillas de plástico gastadas, con un par de cervezas que ella había sacado del fondo de la nevera. “Si nos pillan, diré que fue idea tuya”, bromeó mientras me pasaba una botella helada. Yo reí y le seguí el juego, como siempre. Hablamos de tonterías al principio: sus clases, mis exámenes, lo aburrido que era el pueblo. Pero poco a poco, el tono cambió.

Ella se acercó más, apoyando los codos en la mesa que nos separaba, y me miró fijo. “¿Nunca te has preguntado cómo sería si no fuéramos primos?”, soltó de repente. Me quedé helado, con la botella a medio camino de la boca. No supe qué decir, pero mi silencio habló por mí. Ella sonrió, esa sonrisa traviesa que me ponía nervioso, y puso su mano en mi rodilla. “No seas tan serio, Pablo”, dijo, y antes de que pudiera procesarlo, se inclinó y me besó. Fue un beso corto, casi tentativo, como si estuviera probando el terreno. Pero cuando vio que no me aparté, volvió a por más, esta vez más profundo, con su lengua buscando la mía. Mi cabeza gritaba que parara, que esto estaba mal, pero mi cuerpo no escuchaba.

“Ven”, susurró, levantándose y tomándome de la mano. La seguí como hipnotizado hasta su cuarto, al fondo del pasillo. La puerta apenas cerró tras nosotros cuando ella me empujó contra la pared y empezó a besarme el cuello, sus manos levantándome la camiseta. Sentí su respiración caliente en mi piel, y mis manos, casi por instinto, bajaron a su cintura, deslizándose bajo su top corto. Su piel estaba suave, cálida, y cuando le quité la camiseta, vi sus pechos pequeños pero firmes, libres del sujetador que no llevaba por el calor. No pude evitar tocarlos, primero con cuidado, luego más decidido, mientras ella gemía bajito y se apretaba contra mí.

Nos movimos a la cama, un colchón viejo que crujió bajo nuestro peso. Ella se puso encima, desabrochándome el cinturón con dedos rápidos y ansiosos. “Siempre quise hacer esto contigo”, confesó mientras bajaba mis jeans y mi bóxer de un tirón. Sentí el aire fresco un segundo antes de que su boca me envolviera, cálida y húmeda, moviéndose despacio al principio, luego más rápido. Tuve que apretar los dientes para no gritar, porque cada roce de su lengua me llevaba al límite. No duré mucho así; le pedí que parara antes de perderme del todo.

Entonces me tocó a mí. La tumbé en la cama, le quité los shorts y la ropa interior en un solo movimiento. Estaba desnuda frente a mí, con esa mezcla de vulnerabilidad y deseo que me volvía loco. Besé su cuello, bajé por su pecho, deteniéndome en sus pezones hasta que la oí jadear, y seguí descendiendo. Cuando llegué entre sus piernas, ella se estremeció al primer contacto de mi lengua. Sabía dulce, y sus gemidos se hicieron más fuertes mientras mis manos agarraban sus caderas para mantenerla en su sitio. No paré hasta que su cuerpo se tensó y un grito ahogado escapó de su garganta.

No hubo pausa. Ella me jaló hacia arriba, me besó con urgencia y me guio dentro de ella. Estaba tan húmeda que entré sin esfuerzo, y los dos soltamos un gemido al mismo tiempo. Empecé despacio, sintiendo cada centímetro, pero ella me pidió más, clavándome las uñas en la espalda. “Más fuerte, Pablo”, susurró, y perdí el control. La cama chirriaba como loca, el calor nos hacía sudar, y el sonido de nuestros cuerpos chocando llenaba el cuarto. Fue intenso, rápido, casi desesperado. Cuando terminé, ella temblaba debajo de mí, y nos quedamos ahí, jadeando, sin decir nada por un rato.

Desde ese día, cada visita al pueblo es una excusa para repetir. A veces es rápido, en el baño o el granero; otras, nos tomamos nuestro tiempo cuando la casa está vacía. Nadie sospecha nada, o eso creo. Pero vivo con el corazón en la garganta, esperando el próximo fin de semana, sabiendo que esto no debería pasar, pero incapaz de parar.

Soy Lucía, y esto pasó cuando tenía 18 años, justo después de mi cumpleaños en agosto. No sé si contarlo me hace sentir viva o me quema por dentro, pero es real, y cada tanto vuelve a mi cabeza como un relámpago. Vivíamos en un departamento chico, mi papá y yo, desde que mamá se fue cuando era niña. Él tenía 40 entonces, un tipo serio, callado, pero con esa presencia que llenaba el espacio: alto, fuerte, con manos ásperas de trabajar constructiones toda la vida. Yo siempre lo vi como “papá”, nada más, hasta ese verano.

Hacía calor, un calor pegajoso que te hace odiar la ropa. Mis amigas estaban de viaje, y yo me pasaba los días tirada en casa, aburrida, con el ventilador apuntándome a la cara. Papá trabajaba hasta tarde, pero esa noche llegó temprano, tipo ocho, con una cerveza en la mano y el pelo mojado de sudor. Se tiró en el sillón del living, me miró y dijo: “¿Qué hacés ahí como muerta? Vení, charlemos”. No era raro que habláramos, pero algo en su tono me puso nerviosa.

Me senté al lado, en shorts y una musculosa vieja que apenas me tapaba. Él abrió otra cerveza y me pasó una, aunque sabía que no tomaba. “Probá, ya sos grande”, dijo, y yo la agarré, más por no discutir que por ganas. Empezamos a hablar de nada: el calor, su trabajo, mis planes. Pero el aire estaba raro, pesado, como si algo flotara entre nosotros. No sé si fue la cerveza o el cansancio, pero sus ojos se quedaron más tiempo en mí, recorriéndome despacio. Intenté ignorarlo, pero mi piel se erizó.

En un momento, se acercó para sacar una pelusa de mi pelo. Su mano se quedó ahí, rozándome la nuca, y me miró fijo. “Estás distinta, Lu”, murmuró, y su voz sonó más grave. Yo no sabía qué decir, pero no me moví. Algo en mí quería que se acercara más, aunque mi cabeza gritaba que estaba mal. Entonces me besó, lento al principio, como probando, y yo no lo paré. Mi cuerpo reaccionó solo: lo besé de vuelta, torpe, con el corazón a mil.

El Momento en que Todo se Desató

Todo explotó rápido. Me levantó del sillón como si no pesara nada y me llevó a su cuarto. La ropa voló en segundos: mi musculosa, sus jeans, todo tirado en el piso. Me acostó en la cama, y cuando se puso encima, sentí su peso, su calor, y un nudo en el estómago que no era miedo, sino otra cosa. Me tocó con esas manos ásperas, primero suave, luego más fuerte, y yo me arqueaba sin querer, respirando entrecortado. Cuando me penetró, fue intenso, casi doloroso al principio. Sentí cada centímetro, un estiramiento caliente que me hizo jadear y clavarle las uñas en los hombros. Él gruñó bajito, moviéndose despacio, y yo me perdí en esa mezcla de presión y placer que me llenaba entera.

No duró mucho. Sus movimientos se aceleraron, y yo lo seguí, apretándolo con las piernas como si no quisiera que parara nunca. Cuando eyaculó dentro de mí, fue como una ola: lo sentí cálido, profundo, inundándome mientras él temblaba encima. Mi cuerpo respondió con un estremecimiento que no controlé, un calor que me subió desde el pecho hasta la cara. Nos quedamos quietos un segundo, jadeando, con el sudor pegándonos la piel.

Después, el silencio me aplastó. Él se apartó, se sentó en la cama y se pasó las manos por la cara. “Esto no debería haber pasado, Lu”, dijo, con la voz rota. Yo no contesté; solo me tapé con la sábana, temblando todavía. “No digas nada, por favor”, le pedí, y él asintió. Me fui a mi cuarto, y al otro día actuamos como si el mundo no se hubiera derrumbado.

Nunca lo repetimos. Nunca lo hablamos. Pero esa noche está ahí, grabada en mi piel, en cómo sentí todo, desde el primer roce hasta el final. No sé si lo odio o lo guardo como un secreto que me define.

Soy Matías, tengo 20 años ahora, pero esto pasó cuando tenía 18. Era verano, de esos que te derriten hasta los huesos, y mi vida era un desastre: recién había terminado el colegio, no tenía idea de qué hacer y mis viejos me tenían harto con sus sermones. Vivíamos en una casa grande, mis padres, mi hermana mayor, Clara, y yo. Clara tenía 21 entonces, y siempre había sido la típica hermana que manda, que organiza todo y que, de paso, te hace sentir como un idiota sin esforzarse. Pero también era guapa, joder, demasiado guapa: pelo largo castaño, ojos verdes que te perforan y un cuerpo que, aunque intentara no notarlo, era imposible ignorar.

Ese verano, mis viejos se fueron diez días a un viaje de trabajo. Nos dejaron solos en casa con una lista de reglas y un “pórtense bien” que sonó más a amenaza que a consejo. Clara, como siempre, se puso en modo jefa: “Vos limpiás, yo cocino, y no hagas cagadas”. Yo asentía, pero en el fondo me importaba poco. Los primeros días fueron normales: ella en su mundo, yo en el mío, jugando Play o viendo series hasta las tantas.

Todo cambió la cuarta noche. Era viernes, y el calor era insoportable, de esos que te pegan la ropa a la piel. Yo estaba en mi cuarto, en bóxer, con el ventilador a full cuando Clara entró sin tocar. Llevaba una remera suelta y unos shorts diminutos, el pelo mojado de haberse duchado. “Hace demasiado calor para dormir, bajá al living”, dijo, como si fuera una orden. Bajé detrás de ella, medio zombie, y la encontré tirada en el sillón con una botella de vino que había sacado de la cava de papá. “¿Querés?”, me ofreció, alzando una ceja. No suelo tomar, pero dije que sí porque no quería quedar como el hermanito débil.

Nos pusimos a hablar mierda, primero de la familia, luego de pelis, y al rato ya íbamos por la segunda botella. El vino me pegó rápido, y a ella también, porque empezó a reírse más fuerte y a mirarme raro. En un momento, se estiró en el sillón y su remera se levantó un poco, dejando ver su cintura. Intenté no mirar, pero ella se dio cuenta y soltó: “¿Qué pasa, te da vergüenza o te gusta?”. Me quedé helado, pero el alcohol me soltó la lengua: “No soy ciego, Clara”. Se rió, pero no como burla, sino como si le hubiera gustado la respuesta.

No sé quién dio el primer paso. Creo que fue ella, porque de repente estaba más cerca, con esa mirada que no te deja escapatoria. “Esto es una locura, Matías”, murmuró, pero no se alejó. Yo tampoco. La besé, torpe, con el corazón en la garganta, esperando que me empujara y me gritara. Pero no lo hizo. Me devolvió el beso con fuerza, como si lo hubiera estado guardando hace tiempo. Sus manos se metieron debajo de mi camiseta, y yo la agarré por la cintura, tirándola más cerca.

Todo se descontroló en segundos. Le saqué la remera, ella me arrancó el bóxer, y terminamos en el suelo del living, sobre la alfombra que mamá siempre decía que cuidáramos. No había delicadeza ni romanticismo; era puro instinto. Sus uñas se me clavaron en la espalda mientras yo la apretaba contra mí, sudando como loco. Ella gemía bajito, mordiéndose el labio para no hacer ruido, pero a veces se le escapaba un grito que me volvía loco. Me subí encima, y ella me guió con las manos, moviéndose debajo de mí como si supiera exactamente cómo romperme. Fue rápido, desordenado, y terminé antes de lo que quería, pero ella siguió hasta que se tembló entera y se quedó quieta, respirando pesado.

Nos quedamos ahí un rato, en silencio, con el ventilador zumbando de fondo. El vino, el calor, el subidón, todo se mezclaba en mi cabeza. Ella se levantó primero, se puso la remera y me miró seria. “Esto no pasó, ¿entendés?”, dijo, con un tono que no admitía réplica. “Nunca”, contesté, todavía mareado. Se fue a su cuarto, y yo me quedé tirado, mirando el techo, preguntándome qué carajo había hecho.

Los días siguientes fueron raros. Actuábamos normal, como si nada, pero había una tensión que no se iba. Ella me esquivaba la mirada, y yo no sabía cómo mirarla sin que se me notara todo. Mis viejos volvieron, la rutina volvió, y nunca hablamos de eso. A veces pienso en esa noche y me siento culpable, pero también sé que no la cambiaría. Fue mi primera vez, y aunque no debería haber sido con Clara, fue real, intensa, y me marcó de una forma que no puedo explicar.

Soy Lucas, y esto pasó cuando tenía 19 años, hace tres veranos. Todavía lo pienso y me da un vuelco el estómago, no sé si por vergüenza o porque fue tan intenso que no lo puedo sacar de mi cabeza. Todo empezó en julio, cuando mis padres me mandaron a pasar unas semanas con mis tíos en su casa de campo, a unas dos horas de la ciudad. Querían que “despejara la mente” después de un semestre horrible en la universidad. Yo no tenía ganas, pero no me dieron opción.

Mis tíos tienen una hija, Sofía, mi prima. Ella tenía 21 entonces, dos años mayor que yo, y siempre había sido esa chica que te hace girar la cabeza sin querer. No era solo que estuviera buena —que lo estaba, con ese cuerpo bronceado, piernas largas y una sonrisa que te desarma—, sino que tenía una vibra de “me importa una mierda lo que pienses”. Nos llevábamos bien de chicos, pero desde que crecimos apenas nos veíamos, así que no sabía qué esperar.

Llegué un viernes por la tarde. Mis tíos me recibieron con abrazos y un montón de comida, pero se notaba que estaban apurados. Me contaron que al día siguiente se iban a un viaje de trabajo por una semana y que Sofía se quedaría a cargo de la casa. “Tú la ayudas con lo que necesite, ¿eh?”, dijo mi tía mientras me pasaba una gaseosa. Yo asentí, aunque en mi cabeza solo quería tirarme a ver series y olvidarme del mundo.

Esa noche, después de que se fueron a dormir, Sofía apareció en la sala donde yo estaba zapeando en la tele. Llevaba una camiseta vieja que le quedaba grande y unos shorts que dejaban poco a la imaginación. Se tiró en el sillón a mi lado, con una cerveza en la mano, y me miró de reojo. “¿Qué, te mandaron a babysittearme o qué?”, dijo riéndose. Le contesté que no, que era más bien al revés, y empezamos a hablar mierda, como en los viejos tiempos. Me ofreció una birra y, aunque no suelo tomar mucho, dije que sí.

Al día siguiente, mis tíos se fueron temprano. El sol pegaba fuerte y la casa estaba silenciosa. Me levanté tarde, tipo once, y encontré a Sofía en la cocina, sudando mientras intentaba arreglar una licuadora que se había jodido. “Necesito ayuda, inútil”, me dijo sin siquiera mirarme. Me acerqué, medio dormido, y traté de echarle una mano, pero ella se movía por todos lados, rozándome sin querer —o eso pensaba yo—. En un momento, mientras forcejeábamos con el cacharro, su mano se quedó un segundo de más en mi brazo y me miró fijo. “¿Qué pasa, te pongo nervioso?”, dijo con esa voz medio burlona que usaba siempre. Me reí como idiota y dije que no, pero mi cara seguro me delató.

Esa tarde, después de comer, me pidió que la ayudara a mover unas cosas en el galpón de atrás. Era un lugar polvoriento, lleno de trastos viejos, y hacía un calor del demonio. Ella estaba en una musculosa ajustada y shorts, el pelo recogido en una coleta desordenada, y yo no podía concentrarme en nada. Mientras cargábamos unas cajas, se agachó justo enfrente de mí, y juro que casi se me cae lo que tenía en las manos. Ella lo notó, claro, y se dio vuelta con una sonrisa pícara. “¿Qué mirás tanto, Lucas?”, dijo, y yo me puse rojo como tomate. “Nada, el paisaje”, solté, tratando de sonar cool, pero salió patético.

No sé cómo pasó, pero el aire se puso pesado. Ella se acercó despacio, todavía con esa sonrisa, y me dijo: “Si vas a mirar, al menos hacelo bien”. Antes de que pudiera procesarlo, me empujó contra una pila de cajas y me plantó un beso. No fue suave ni tímido; fue como si me quisiera arrancar el alma por la boca. Mi cabeza explotó. Era mi prima, sí, pero en ese momento no me importó una mierda. Le devolví el beso con todo, torpe al principio, pero después dejé que el instinto tomara el control.

Nos tropezamos con unas cosas y caímos sobre un colchón viejo que estaba tirado ahí. Le saqué la musculosa de un tirón, y ella me arrancó la remera como si tuviera prisa. Sus manos estaban por todos lados, y yo no sabía ni dónde poner las mías. Tocarla era como tocar fuego: su piel estaba caliente, sudada, y cada vez que gemía bajito se me iba la cabeza. Me bajó el pantalón con una mezcla de fuerza y desesperación, y yo hice lo mismo con sus shorts. No había tiempo para pensar, solo para sentir.

Fue mi primera vez, y no fue como en las películas. No hubo música ni mierda romántica. Fue crudo, rápido, desordenado. Ella se subió encima de mí, moviéndose como si supiera exactamente lo que hacía, y yo traté de seguirle el paso, agarrándola de las caderas mientras el colchón chirriaba debajo. El calor del galpón, el polvo, el sudor, todo se mezclaba con su respiración acelerada y mis jadeos. No duré mucho —qué vergüenza admitirlo—, pero ella no paró hasta que terminó también, temblando encima de mí con un gritito que se me grabó en la memoria.

Cuando todo acabó, nos quedamos ahí, tirados, respirando como si hubiéramos corrido una maratón. El silencio era raro, pero no incómodo. Ella se levantó primero, se puso la ropa y me miró con cara de “esto pasó y punto”. “No le contás a nadie, ¿eh?”, dijo, igual que si me pidiera que no dijera que se comió el último pedazo de pizza. “Nunca”, respondí, todavía en shock. Se fue caminando hacia la casa como si nada, y yo me quedé un rato más, mirando el techo del galpón, preguntándome qué carajo había pasado.

Esa semana seguimos como si no hubiera pasado nada. Hablábamos, comíamos juntos, veíamos tele. Pero cada tanto me miraba de una forma que me hacía hervir la sangre, y yo sabía que ella también lo recordaba. Nunca más lo hicimos, y nunca lo hablamos. Mis tíos volvieron, yo me fui a casa, y la vida siguió. Pero cada verano, cuando huelo el calor seco o paso por un galpón, me acuerdo de Sofía y de esa primera vez que me marcó para siempre.

Esto pasó hace un par de años, en pleno verano. Mis tíos se habían ido de viaje y dejaron la casa a cargo de mi prima Carla, de 25 años, con un cuerpo increíble y una actitud rebelde. Yo tenía 22, estaba aburrido y ella me pidió que pasara a “ayudarla”. Spoiler: lo que quería era compañía.

Llegué cerca de las nueve de la noche. El calor era insoportable. Carla estaba en el garaje, con shorts ajustados y una camiseta sin sostén, sudando mientras movía cajas. Me puse a ayudarla, pero no podía dejar de mirarla. Ella lo notó, se rió y dijo: “¿Qué pasa, te gusta lo que ves?”. Me quedé mudo. Entonces, se acercó, me puso la mano en el pecho y me arrinconó contra la pared.

 El Momento en que Todo Explotó

“No te hagas el tonto”, susurró, y me besó con una intensidad salvaje. De ahí, todo se descontroló. Le quité la camiseta, ella me bajó el pantalón y en segundos estábamos en el suelo del garaje. Fue una noche caliente en todos los sentidos: pasión, sudor y gemidos sin control. Carla se movía encima de mí como si el mundo se fuera a acabar, y yo la seguí el ritmo hasta que los dos colapsamos, jadeando.

Un Secreto Bien Guardado

Cuando terminamos, ella se levantó, me miró y dijo: “Esto no se lo cuentas a nadie, ¿eh?”. Asentí sin decir palabra. Hasta hoy, es mi recuerdo más intenso de ese verano.

A sus siete años comenzamos la actividad sexual, y hasta el día de hoy que acaba de cumplir 12, seguimos divirtiéndonos uno con el otro..
Todo comenzó un domingo de verano a la siesta. Mi esposa y Carmencita mi hija se fueron al cementerio a visitar la tumba de la abuela. Ludmila no le gusta ir, le causa mucha tristeza. Por lo que se quedó en casa conmigo, hacía tanto calor que decidimos ir a dormir la siesta a la habitación con el aire acondicionado, ella estaba vestida con un liviano short y una remerita de algodón de permitía ya apreciar sus pezones agresivos para su edad. Era ya por entonces una divinura de niña, alta, bien formada, de redondas curvas, que se veían acondicionadas por la práctica de valet que la niña realiza. Sus piernas bien torneadas  terminan en un par de nalgas bien redondas, firmes y altas. Ya se notaba que sería una escultural señorita. Pero hasta aquí nunca se me había pasado por la cabeza el involucrarme sexualmente con una niña y menos con mi nieta. Pero cuando tiene que pasar, pasa.

Nos acostamos y pusimos una película en la tele, en un canal de cable, recuerdo hoy luego de varios años el título de la película: «Amigos con privilegios». Son una chica y un muchacho, tienen sexo pero no son novios. Son amigos. Transcurría la película y de pronto una de las escenas donde tienen sexo bastante atrevido, Ludmila me pregunta como tenían sexo si no eran novios y no estaban casados. Me costó explicarle que se podía tener sexo sin mayor compromiso que el de cuidarse.  Me parece que no quedó muy complacida con la respuesta. Pasado unos minutos mi nieta algo inquieta me pregunta si ella y yo podíamos tener sexo como esa pareja. Me dejó helado la pregunta, busqué en mi mente una respuesta acorde a su edad y sin compromiso, y le dije que sí, se podía pero que no era correcto ya que yo era su abuelo y ella era todavía una nena.

Y de una me soltó que su compañerita Joaquina, ya hacía varios meses que tenía sexo con su papá. Y que le gustaba mucho. Y como Ludmila no tiene papá, ella pensó que yo podía tener sexo con ella y así descubrir lo que tanto le gustaba a su amiga. Obviamente que mi cabeza daba vueltas a mil por hora. Y no contenta mi nieta con haberme contado el secreto de su amiga, se explicitó más, me cuenta que cuando la madre se va a trabajar, Joaquina le chupa el pito al papá hasta tomarse la lechita. Y que le gusta el sabor salado. Guauuuu!!!!

Toda una revelación. Y sin pensarlo mucho, si no no debería haberlo dicho, le pregunto a mi nieta si ella ha visto como es el pene de un hombre. Y me contó que otra amiguita llevó una revista al colegio donde había muchos hombres y muchachos desnudos y se les veía el pito. Les juro que no quise, pero toda esta charla me excitó e hizo que mi verga se pusiera dura. Lo cual al estar Ludmila casi subida a mis piernas notó algo duro bajo su pierna y estirando la mano tomó por arriba del short mi pija. Intrigada la toó  y apretó calibrando el tamaño. Y me dice, abuelo, tu pito está duro y grande.

Yo ya algo lanzado y excitado por lo que la niña me había contado simplemente le ofrecí mostrárselo si ella quería verlo y tocarlo. Mi tripa tiene unos 19x5cms y en la base se ensancha casi hasta los 7cms. Ludmila levanta la carita hacia mí y con una pícara sonrisa me dice que si, que quiere verla. Me bajo el short y libero mi pija la que queda parada apuntando hacia mi vientre. Mi nieta abre grande los ojos, estira su manito y toma la pija por el tronco, apenas abarca su grosor, la cabeza está hinchada, roja. Ludmila se acerca y la olfatea, luego sin verguenza o rechazo alguno, simplemente abre la boca y se mete la cabeza, la cual lame y chupa por unos segundos, luego se saca la verga de la boca y me dice que le gusta el sabor. Yo estoy como loco, mi nieta me está chupando la verga, y lo que es peor, me gusta y no hago nada por detenerla. Al contrario, le digo que la tiene que chupar como cuando come un helado, solamente con los labios y la lengua, ella vuelve a poner boca a la obra, y sigue dándome una rica mamada. Para esto está en cuatro patas sobre mi entrepierna, por lo que su culito queda a mi disposición, por lo que simplemente meto la mano dentro de su short y comienzo a acariciar su culito, su oyito y deslizo mis dedos hacia su conchita, la que descubro algo babosa. Por lo que deduzco que mi nieta está algo caliente. Sus labios vaginales son gorditos, meto dos dedos en su conchita y ella gime abriendo un poco  más las piernas, le está gustando lo que hace, descubro su pequeño clítoris y este está durito, excitado, lo acaricio suavemente y mi nieta gime, y cada vez se mete más la verga a la boca, ya tiene un buen pedazo. Para esto yo estoy a punto de acabar, le informo que pronto va a salir la lechita y que debe tragarla toda, sin sacar la pija de la boca, asiente con la cabeza y se esfuerza más, yo mojo mis dedos en sus jugos vaginales, y acometo su culito, al cual meto primero un dedo y luego el segundo, ella gime y se desespera, se traga media verga y en ese momento le lleno la boca de semen con potentes chorros, ella se traga todo, medio se atraganta con la pija en la garganta pero no la saca, para esto yo le tengo dos dedos completos metidos en su ano. Cuando se calma le saco los dedos del culo, vuelvo a acariciar su conchita, ella se deja hacer, la acomodo boca arriba en la cama con las piernas bien abiertas, me acomodo en medio de ellas y acometo su conchita con mi lengua y mis dedos, pronto la tengo totalmente excitada y a punto de tener un orgasmo, meto dos dedos en su culo y muerdo suavemente su clítoris y mi nieta obtiene su primer orgasmo, tiembla y suspira fuerte, queda medio desmayada por la intensidad del mismo. Nos calmamos y nos recostamos uno al lado del otro, Ludmila no termina de comprender lo que pasó, pero está contenta, y me pregunta: ahora abuelo somos amigos con beneficios? A lo que simplemente le contesto que lo que sucedió entre nosotros nadie nunca puede saberlo, ya que yo iría preso. A lo que mi nieta me contesta que nunca le contará a nadie, ni a su mejor amiga. Así nadie se enterará. Y me pregunta si lo vamos a volver a hacer. A lo que yo le contesté que de a poco iremos avanzando con el sexo. Y mi niña tomando la pija por el tronco, la pajea un poco y mirándome a los ojos me dice, abuelo tu pito es muy grande para mi conchita, peo me gustaría que me la metas como se la mete el papá de Joaquina. Le prometí que pronto pasaría.  Sigue en parte II

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Historia de 2 hermanos locos por el sexo.

Todo comenzó hace 2 años cuando mi hermana menor me pidió que fuera su entrenador en el gimnasio, ella es una joven linda, con un cuerpo que cualquier hombre desearía tener en su cama tiene unas nalgas bien paraditas y unos pechos grandes, labios carnosos y una hermosa cara.
Acepte ser su entrenador cada que que la veía entrenar me volvía loco su culito como se contoneaba por el gimnasio,
Así que puse mi plan en marcha para cogérmela, ella era muy ingenua y hacia caso a todo lo que le decía le propuse jugar un juego
Que era chuparnos las orejas por turnos y el primero que sintiera cosquillas perdía para mi buena suerte acepto así que le dije que lo haríamos cuando mis padres no estuvieran y así paso.
Al día siguiente salieron mis padres entonces le mande un mensaje que viniera a mi habitación y llego, ella empezó chupandome la oreja, sentía que cada vez mi verga se ponía más dura iba a reventar el pantalón, cuando fue mi turno le dije que se volteara y me puse en posición de cucharita detrás de ella y empecé a succionar su oreja cada vez lo hacía con más intensidad, ella se estaba exitando ya que me estaba arrimando cada vez más sus nalgas contra mi verga, en eso dijo que ya no quería jugar pero yo estaba tan exitado que no me detuve y seguí, empeze a besarle el cuello y acariciarle las tetas ella al principio se negaba pero al rato ya estaba empezando a gemir, le fui quitando la ropa hasta que quedarnos totalmente desnudos, ella se volteo y me dio un beso apasionado y dijo que siempre había soñado con este momento, la agarre de la cabeza y la puse a mamarme la verga, era un poco torpe ya que era virgen pero fue agarrandole el gusto, la agarre de los pelos y le metía la verga hasta el fondo mis huevos chocaban en su barbilla, la acosté en la cama y le abrí las piernas, le chupe la vagina cuando ya estaba bien lubricada de una le metí la verga poco a poco ella gritaba al principio pero después solo se oían sus gemidos en la habitacion y mis huevos chocando con su culo, después la puse de perrito y estuve cojiendomela un buen rato hasta que sentía que me iba a venir y la puse de rodillas y la hice que se tragara todo mi semen, ella se levantó y se fue bañar.
Desde ese día cada vez paso por ella a la escuela y saliendo nos vamos al hotel inclusive hasta dentro del auto nos ponemos a cojer como locos, mis padres me preguntan porque mi hermana todos los días regresa tan feliz de la escuela sin imaginarse que tenia a su hijita querida bien ensartartada en mi verga.

Algunas de mis aventuras con mi cuñada y su tía. De hecho, esto no me ocurrió a mí, sino a un amigo cercano..
Hago la aclaración, por si las dudas. Enseguida, en la voz del protagonista se desarrolla la historia.

A ambas las conocí cuando inicié de novio con mi actual esposa. Primero vi a la tía, un par de años mayor que yo y me atrajo tremendamente su belleza: un cuerpo deseable para las manos de cualquier hombre, tanto sus chiches como sus nalgas; una cara que incitaba a besarla y a acariciarla; gestos de seductora y sonrisa incitante. Ella se prestaba de tapadera para las reuniones nocturnas que tuve con mi novia, quien en su casa decía que dormiría en casa de su tía. A la hermana, cinco años menor que mi esposa, desde sus 16 años se mostró coqueta conmigo, principalmente con los besos de saludo o despedida, a veces con abrazos presionando sus pequeñas tetas contra mi pecho, o fricciones de culo en mi regazo al pasar por algún lugar estrecho donde estaba yo, en lugar de hacerlo por otro que requería pocos pasos más. “Permiso”, decía antes de pasar y sonreía al pasar y sentir cómo me crecía el pene con el tallón de sus nalgas, con un “Gracias” concluía su tránsito.

Los años pasaron, mi cuñada se casó y se puso muy buena de las nalgas. Ya no me las repegaba, pero sonreía con la misa gracia cuando me descubría mirándoselas mientras crecía la protuberancia en mi pantalón. También, cuando se retiraba se cotoneaba dejándome con la boca abierta, a punto de caérseme la baba, y con una montaña en el pantalón que terminaba en un húmedo punto del presemen que destilaban mis ganas por ella. La tía también nos frecuentaba, pero era más discreta, salvo cuando traía escote en el pecho y se agachaba con cualquier pretexto para mostrarme el canalito mientras me miraba con una sonrisa que le daba un aire de pregunta “¿Quieres…?”  Yo quedaba con la vista fija en sus tetotas, conteniendo mis ganas de meter mi mano entre sus ropas.

Mi cuñada vivía en Toluca, una ciudad próxima a la CDMX y también allá vivían las tías de mi mujer. En la semana navideña nos hospedaron en un pequeño hotel que tenían las tías, donde ellas, además de administrarlo, también vivían allí. Una tarde mi esposa se fue con su hermana de compras y regresarían muy noche. Yo me quedé acostado viendo la televisión y fue la tía a mi cuarto, a llevarme un café. Se quedó viendo el programa que yo veía y se sentó en la cama. Se acomodó  un poco  y al subir bien las piernas    la falda dejó al descubierto sus torneadas piernas, pero no se las cubrió. Me comencé a excitar y se notó claramente mi protuberancia.

–¡Ay, qué pena, ya vine a inquietarte! –exclamó volteando a ver descaradamente mi erección y se cubrió las piernas.

–Así estabas muy bien –acepté, acercándome a ella para subirle otra vez la falda–. Es más, así estás mejor –dije levantando más la falda hasta llegas al triángulo que mostraba la tanga y de la que sobresalían los vellos del pubis.

–¡No la subas tanto! Me da vergüenza que veas que no me he cortado el pelo de allí –reclamó, pero si    intentar cubrirse.

–Al contrario, se ven muy bonitos –le dije metiendo mi mano en el pelambre  y acerqué mi boca a la suya para besarla.

Al principio se quedó quieta, pero correspondió al beso en cuanto mis dedos recorrieron su clítoris. Su mano fue a mi regazo para acariciar mi pene sobre el pantalón. Nuestras lenguas siguieron enroscándose y me bajó el cierre para meter su mano en la bragueta, liberando mi miembro, el cual jaló, sacando el presemen. Yo ya tenía dos dedos dentro de su vagina y se montó en mí. Hizo a un lado la tanga y se metió mi verga para cabalgar con frenesí.

–¡Qué rica la tienes! ¡Está deliciosa! –gritaba ella y yo le saqué las chiches por encima del escote de la blusa–. ¡Hacía tanto que no me cogían así! –gritaba entre los espasmos orgásmicos –¡Vente en mí, lléname de tu semen! –exigía, y, sin poder contenerme, me vacié dentro de ella…–. ¡Qué calor tan delicioso! –exclamó antes de caer llorando sobre mi pecho.

Acaricié sus pezones, sobresalientes de sus grandes aureolas y se fue calmando. Se levantó, acomodándose la ropa y observó mi pene flácido, lleno de nuestras excreciones. Volvió a subirse a la cama para limpiarlo cin su boca.

–Esto no se va a quedar así. Tenemos que hacerlo bien –aseguró jalándome los huevos, Se volvió a levantar y se fue.

Me quedé dormido con la verga al aire, hasta que tocaron a mi puerta. “Adelante”, dije después que rápidamente me acomodé el pantalón. Era la otra tía, quien me avisaba que la cena estaba lista. Olfateó un poco y fue directamente a la ventana para abrirla. Era evidente que el cuarto olía a sexo.

–Ni el café pudiste tomar –indicó al tomar la taza. Me miró con una sonrisa y vaticinó –la próxima vez yo te traeré el café…

No tardaron mucho en llegar mi esposa y su hermana, justo cuando comenzamos a cenar. Al terminar los alimentos, mi esposa me pidió que llevara su hermana a su casa porque ella estaba cansada y no quería manejar.

En el trayecto, mi cuñada me preguntó si había extrañado a mi mujer “con tantas horas sin ella”, precisó.

–Sí, pero en la noche me repongo de su ausencia –señalé, dándole a entender con un gesto que me la cogería.

–¿Tan fogoso eres? –preguntó sonriendo–. ¿Podrías mostrármelo? –añadió a bocajarro sin dejar de sonreír y me acarició la cara.

Me metí al primer motel que vi. “Ya lo verás” le dije. Dentro del cuarto, mientras la encueraba dándole besos y caricias, ella hacía lo mismo.

–¡No hay condones! –exclamé después de buscarlos.

–No hay problema, menos si es niño, mi marido quiere uno –me dijo cínicamente, jalándome la verga para colocársela a la entrada de su raja. Se colgó de mi cuello y la sostuve de las nalgas, mirando en el espejo su trasero entre mis manos.

Nos besamos y ella se movió como una puta experta, teniendo entre gritos un orgasmo tras otro. Agotada, se soltó de mí para caer de espaldas en la cama. Quedé de pie, con mis manos en sus nalgas y mi verga tiesa dentro de ella. La acomodé boca abajo, le abrí las piernas y me puse a lamer  sus nalgas, el ano, el periné y me extasié tomando su abundante fujo.

Ya que se repuso se volteó y miró mi pene rígido. Abrió las piernas para recibirlo. Le di varios recorridos  y tuvo otros dos orgasmos.

–¿De verdad no temes que te embarace? –pregunté antes de venirme.

–Creo que no sería correcto, pero vente –confesó apretándome contra ella, aceptando su destino.

Al sentir que me vendría, le saqué la verga y el chorro de semen cayó en su vientre. Lo tomó en sus dedos y lo puso en su boca para saborearlo. “Gracias”, dijo sonriendo y se puso de pie para vestirse.

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Resulta que mi hermano y mi cuñada, se fueron de vacaciones a Cancún por una semana, y me pidieron que me hiciera cargo de sus perros y de que la casa no se viera sola por aquello de los robos, ya saben para irse sin preocupación.

Pues al siguiente día me di a la tarea de ir a darles de comer a los perros y revisar que todo estuviera bien en la casa, obviamente el favor me lo había pedido mi hermano y me dio una llave para poder entrar sin ningún problema.

Después de haber checado todo y de darles el alimento a los animalitos, me dispuse a checar el dormitorio de mi cuñada, me dirigí directamente a su clóset y busqué sus tangas, me fascinan me encanta ver cómo le lucen en sus enormes nalgas tan blancas y tan duras, cuando las encontré agarré las dos que más me gustaron y empecé a masturbarme con ellas, quería dejarle un regalo y recordatorio a mi putita que había estado ahí extrañándola.

Mientras masajeaba y frotaba mi verga con sus tangas pensaba en todas las veces que ha sido mía y más dura se me ponía, estaba tan ensimismado en mi autosatisfacción, que no me di cuenta, ni escuché que alguien había entrado en la casa, reaccioné solo hasta que mi prima Alina estaba parada frente a mí, por lo que reaccioné algo asustado y desconcertado, ya que no me habían dicho que ella iría a checar la casa también.

Les platico rápido de mi prima Alina una chica apelada, delgada, pero no flaca, con unas tetas regulares, pero un trasero muy bien formado y bastante antojable.

Me dijo que mi cuñada le había pedido exactamente lo mismo que mi hermano me pidió a mi y que le dio una llave también para que no batallara, obviamente traté de justificarme y le pedí disculpas por lo que vio y escuchó, ya que yo estaba algo ruidoso, como estaba solo o bueno eso pensaba yo, me explayé en mis ruidos y en decir el nombre de mi cuñadita, y le pedí que olvidara eso que solo estaba fantaseando, pero lógicamente ella no era nada inocente y no me creyó absolutamente nada.

Le pedí que por favor no le dijera nada a nadie de la familia, mucho menos a mi hermano ni a mis papás, pero ella me decía que esto lo tenían que saber, le supliqué que no lo hiciera, le ofrecí de todo, desde un viaje con todo pagado, hasta mi coche que tanto le gustaba, pero no quería dar su brazo a torcer, hasta que le dije:

-Bueno dime que es lo que quieres, pídeme lo que tu más quieras.

Y el milagro sucedió, se quedó callada por unos segundos y me respondió, “te quiero a ti”.

Me quedé realmente sacado de onda, aunque como les digo es una chica bastante atractiva, la verdad yo nunca la vi con ojos de morbo, la veo como mi prima y ya, le dije “estás hablando en serio?”. Y me contestó “sí, quiero que me hagas tuya aquí en la cama de Sonia, entre sus sábanas y saber qué es lo que ella siente cada vez que la haces tuya”. Ni tardo ni perezoso le contesté “ok si eso es lo que tú quieres hagámoslo”.

Créanme que estaba yo tan nervioso como si fuera mi primera vez, pero me repuse y la tomé de la cintura, la acerqué a mí y empecé a besarla, le acariciaba sus pechos suavemente y deslicé una de mis manos a su trasero, ese rico y bien cuidado trasero que lucía realmente hermoso, le saqué su blusa y desabroché su brasier, empecé a mamar esos ricos pechos que nunca había mirado con malicia, ahora me parecían realmente hermosos y apetecibles, mientras ella me iba quitando la camisa, y desabotonando el pantalón, me empezó a masajear mi verga ya erguida por la excitación de poseer a quien nunca imaginé. Me deshice de su minifalda y bajé sus bragas, que ya estaban tan húmedas que podría exprimirlas y beber su jugo. Se puso de rodillas y me empezó a hacer un oral, estaba fascinada con mi dulce, parecía una niña disfrutando de su helado, subía y bajaba por toda mi verga y mis huevos me los chupaba y más me excitaba.

Por fin la levanté y la dirigí a la cama, le empecé a comer su chochito que estaba muy bien depilado, y ella gemía y gritaba de placer, una y otra vez succiona su clítoris y aunque con él en mi lengua ella se retorcía de placer y explotó en un orgasmo tan intenso que me llenó la boca con sus jugos y yo los bebí para así subir y penetrarla con mi enorme miembro, no hubo problemas para penetrarla, por lo lubricada que se encontraba, y me parecía que lo hiciera con fuerza, que se lo hiciera como se lo hacía a mi cuñada, quería sentir y vivir como lo vivía ella, y le dije “pero a ella se lo meto también por el culo”, abrió sus ojos impresionada, y solo lo pensó unos segundos… “por donde sea quiero que me hagas tuya como lo haces con ella”.

Seguí bombeando con tanta fuerza que se corrió nuevamente, y fue ahí donde empecé a preparar su culito para lo que seguía, la puse en cuatro y empecé a introducir mi dedo poco a poco para abrir ese espacio tan estrecho que tenía, nunca lo había utilizado, así que me fui con mucho cuidado y cuando ya estaba listo, le ensarté solo la mitad de mi verga, aunque le dolió, aguantó y me mantuve así por unos minutos para que su hoyito se acostumbrará, y ya empecé a darle ligeros empujones para que entrara completamente, se adaptó rápidamente y aunque le dolía, me pedía más y más…

Y así fue por un rato hasta que le dije que ya me iba a correr, me pidió que se los echara dentro de su culo y así fue, terminamos realmente cansados, pero bien satisfechos.

Nos bañamos, lo volvimos a hacer en la regadera, ya cuando salimos y nos vestimos, me dijo que mi cuñada ya le había platicado todo lo de nosotros y que le encargó que fuera a diario para que me atendiera como ella lo haría, y claro que lo hizo, pasamos una semana muy ocupada “cuidando a los perros y la casa” de mi hermano.

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Mi madre pues es una mujer que siempre ha tenido un excelente cuerpo, es muy sexy y tiene una cara muy linda. Mi madre tiene 47 años, es blanca, castaña, mide 1.60m mas o menos, como dije, es demasiado sexy, en sus 20s fue modelo y sempre ha tenido cuerpo de MILF. Mi padre murió hace 21 años, yo crecí con mi madre y la verdad siempre tuve un deseo sexual hacía ella.

Mi madre conoció a mi padrasto hace alrededor de 15 años… Es un hombre de negocios y tiene mucho dinero, siempre he sentido celos de que estuviera con mi madre y por eso nunca lo acepté.

Esta historia pasó hace 7 años, yo tenía 19 y mi madre 40… Siempre he sido un adicto a la masturbación y soy muy morboso al sexo. Veía mucha porno de madre e hijo y me excitaba mucho, resulta que un día un amigo muy cercano me contó que su abuelo había ido al Psiquiatra pues sufría un transtorno de insomnio, y al señor le medicaban con unas pastillas para dormir. Mi amigo me contó que él se tomó 2 y durmió casi 12 horas seguidas profundamente. En fin le dije que por favor me consiguiera 2 pastillas para “tomarmelas yo” y ver que pasaba…
Al día siguiente mi amigo me las dió y pues yo comencé a idear mi plan…

El plan era idear el momento …
… perfecto para darle las pastillas a mi madre, una vez dormida tratar de tomarle fotos y videos de sus partes intimas para tenerlas guardadas y después disfrutar…
Resulta pasaron unas semanas, mi padrasto tenía que salir de la ciudad para atender un negocio, él se iba un Lunes y volvía hasta Jueves, era el momento perfecto…

Llegó el Lunes, mi padrasto se fué temprano, yo pasé todo el día con mi madre… Eran las 7pm y la señora que limpia la casa se fué, decidí hacer un “batido” de frutas. Molí las pastillas, se las eché en un vaso y se lo dí a mi madre… Ella se lo tomó todo…

Me fui para mi cuarto… Pasaron 30 minutos y mi madre llegó y me dijo “Me siento muy cansada, voy a acostarme a dormir, por favor cierra la casa y apaga todas las luces antes de acostarte”, yo respondí que Okay.

Pasó una hora más, vi el reloj eran casi las 9… Me levanté de mi computadora y cerré toda la casa… Me dirigí al cuarto de mi madre y estaba cerrado, toqué la puerta y no respondía… Toqué aún más duro y nada…
Abrí el cuarto, prendí la luz y mi madre estaba ahí dormida… Me acerqué y le toqué un hombro y la llamé por su nombre, no respondía…

Aún sentía bastante nervios ya que pensaba que podía despertarse… Así que seguí tocando el hombro y le grité el nombre y nada que despertaba, decidí jalarla de los pies a ver si se despertaba y tampoco… Estaba sumamente dormida… Mi plan había funcionado.

Me fui a mi habitación y tomé mi telefono, me devolví a la habitacion

mi corazón latía duro y mi verga estaba parada, estaba muy nervioso pues sentía que iba a despertar en cualquier momento… La acomodaba de varias maneras y le tomaba fotos y videos…

Me comencé a sentir muy muy excitado, asi que me saqué la verga… Mi mente sabía que estaba mal… No debía hacerlo pero mi deseo sexual me estaba ganando… Le puse mi verga en una mano y tomé una foto… Decidí desnudarla aún más… Así que retiré por completo la parte inferior y yo me quité toda la ropa…

Decidí acercarme y pasarle mi verga por sus tetas, se sentía muy rico, sus pezones estaban suavesitos… Acerqué mi cara a su vagina y la olí, olía excisito, tenía algo de pelo, abrí su vaginita un poco con mis dedos y la olí de nuevo… Sentí la necesidad de pasar mi lengua y lo hice muy levemente… Ufff estaba cumpliendo mi fantasía… Metí mi lengua por su vagina varias veces… Quería ver su culito asi que la voltié boca abajo y le abrí las piernas… Ahí estaba su culito perfecto, me acerqué y lo comencé a chupar… Increíble todo…

Me subí sobre ella y me comencé a masturbar sobre su culito y sus nalgas… En minutos me vine y mi leche caía sobre su culo… La limpié y le puse las pijamas de vuelta y me puse mi ropa…
Dejé todo como estaba antes y me fui…

Me fui para el baño y me comencé a bañar… Al ratito …
… me volví a excitar de nuevo… Mi mente pensaba y quería penetrar a mi madre… Así que salí del baño desnudo y me fui de nuevo al cuarto de mi madre…
Entré y la volví a desnudar… La voltié boca arriba, le acerqué la verga a la vagina, y comencé a meterla muy lentamente… Estaba calientita por dentro, se sentía increible… Comencé a moverme lentamente, le chupaba los pezones, y al rato sentí que me iba a venir… así que decidí venirme afuera en su abdomen… Sentí riquisimo…

Seguía tan excitado que la volví a meter y seguí cogiendomela… Seguía teniendo mi verga como una piedra… Al rato de nuevo sentí que me iba a venir y me volví a venir en su abdomen, esta vez el orgasmo se sentió más fuerte…
Otra vez se la volví a meter, comencé a perder la erección un poco, asi que la saqué… Me acerqué a su boquita y rocé mi pene contra sus labios… Lo hice hasta que de nuevo mi erección volvió a tomar forma y mi verga se puso dura otra vez…

Me acomodé de nuevo y la volví a meter en su vagina, comencé a cogermela otra vez… De nuevo sentí que me venía, me la saqué y otra vez me vine en el abdomen… Su ombligo estaba relleno de leche…
Fui al baño y tomé papel para limpiar todo… Mientras limpiaba mi pene seguía parado…

Otra vez me excité, la volví a meter y otra vez me vine afuera… No podía parar… Aquella vagina se sentía tan pero tan rica que no lograba detenerme… No sabía cómo seguía sosteniendo una erección después de tantas veces.

Ya era la 5ta venida, ya casi ni leche me salía…

La limpié bien, la cama tenía algo de leche, la vestí y dejé todo tan normal como fuera posible… Me fui a mi cuarto y me acosté…
Tenía mucho miedo de que al día siguiente ella fuera a sentir algo o descubrir lo que hice… Por mi mente pasaba la idea de que ella sintió todo lo que pasó… Casi no dormí esa noche de pensar en eso…
Llegó la mañana, eran como las 7am, me levanté y ella seguía dormida. Me puse a hacer el desayuno y después a ver TV, al rato escuché que se levantó y se fue para el baño… Mi corazon latía duro y estaba muy asustado, escuché que se bañó, salió ya lista y llegó a la sala donde yo estaba y me dijo “Buenos días como amaneciste?” Y yo “Bien y vos?”
Ella respondió “Bien, caí tendida anoche, no sé que me pasó” Yo- “Ahhh si noté que te fuiste a acostar temprano”…

Después la conversación siguió normal… Y el día tambien…

Esa fue mi experiencia con mi madre… Como dije, no me enrogullece lo que hice, algún día se lo contaré para sanarme pero bueno… Eso será otro día.
Aún tengo las fotos y videos que tomé ese día, les comparto una. Saludos.

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