relatos eroticos

Soy Pablo, tengo 22 años y estudio ingeniería en la universidad. Mi vida es bastante normal: clases, trabajos en grupo, alguna salida con amigos los viernes. Pero los fines de semana, cuando voy al pueblo a casa de mi abuela, todo cambia. Ahí está Lucía, mi prima, 19 años, estudiante de psicología, con esa mezcla de inocencia y provocación que siempre me ha descolocado. No es solo que sea guapa —que lo es, con su pelo castaño largo y esos ojos que te atraviesan—, es cómo me hace sentir cuando está cerca. Y lo que pasó el verano pasado cruzó una línea que nunca imaginé cruzar.

Fue un sábado de julio, de esos días tan calurosos que el aire parece pegarse a la piel. Mi abuela se había ido al mercado del pueblo, mis tíos estaban en el campo trabajando, y la casa estaba en silencio, solo se oía el zumbido de un ventilador viejo en el salón. Lucía y yo estábamos en el porche, sentados en unas sillas de plástico gastadas, con un par de cervezas que ella había sacado del fondo de la nevera. “Si nos pillan, diré que fue idea tuya”, bromeó mientras me pasaba una botella helada. Yo reí y le seguí el juego, como siempre. Hablamos de tonterías al principio: sus clases, mis exámenes, lo aburrido que era el pueblo. Pero poco a poco, el tono cambió.

Ella se acercó más, apoyando los codos en la mesa que nos separaba, y me miró fijo. “¿Nunca te has preguntado cómo sería si no fuéramos primos?”, soltó de repente. Me quedé helado, con la botella a medio camino de la boca. No supe qué decir, pero mi silencio habló por mí. Ella sonrió, esa sonrisa traviesa que me ponía nervioso, y puso su mano en mi rodilla. “No seas tan serio, Pablo”, dijo, y antes de que pudiera procesarlo, se inclinó y me besó. Fue un beso corto, casi tentativo, como si estuviera probando el terreno. Pero cuando vio que no me aparté, volvió a por más, esta vez más profundo, con su lengua buscando la mía. Mi cabeza gritaba que parara, que esto estaba mal, pero mi cuerpo no escuchaba.

“Ven”, susurró, levantándose y tomándome de la mano. La seguí como hipnotizado hasta su cuarto, al fondo del pasillo. La puerta apenas cerró tras nosotros cuando ella me empujó contra la pared y empezó a besarme el cuello, sus manos levantándome la camiseta. Sentí su respiración caliente en mi piel, y mis manos, casi por instinto, bajaron a su cintura, deslizándose bajo su top corto. Su piel estaba suave, cálida, y cuando le quité la camiseta, vi sus pechos pequeños pero firmes, libres del sujetador que no llevaba por el calor. No pude evitar tocarlos, primero con cuidado, luego más decidido, mientras ella gemía bajito y se apretaba contra mí.

Nos movimos a la cama, un colchón viejo que crujió bajo nuestro peso. Ella se puso encima, desabrochándome el cinturón con dedos rápidos y ansiosos. “Siempre quise hacer esto contigo”, confesó mientras bajaba mis jeans y mi bóxer de un tirón. Sentí el aire fresco un segundo antes de que su boca me envolviera, cálida y húmeda, moviéndose despacio al principio, luego más rápido. Tuve que apretar los dientes para no gritar, porque cada roce de su lengua me llevaba al límite. No duré mucho así; le pedí que parara antes de perderme del todo.

Entonces me tocó a mí. La tumbé en la cama, le quité los shorts y la ropa interior en un solo movimiento. Estaba desnuda frente a mí, con esa mezcla de vulnerabilidad y deseo que me volvía loco. Besé su cuello, bajé por su pecho, deteniéndome en sus pezones hasta que la oí jadear, y seguí descendiendo. Cuando llegué entre sus piernas, ella se estremeció al primer contacto de mi lengua. Sabía dulce, y sus gemidos se hicieron más fuertes mientras mis manos agarraban sus caderas para mantenerla en su sitio. No paré hasta que su cuerpo se tensó y un grito ahogado escapó de su garganta.

No hubo pausa. Ella me jaló hacia arriba, me besó con urgencia y me guio dentro de ella. Estaba tan húmeda que entré sin esfuerzo, y los dos soltamos un gemido al mismo tiempo. Empecé despacio, sintiendo cada centímetro, pero ella me pidió más, clavándome las uñas en la espalda. “Más fuerte, Pablo”, susurró, y perdí el control. La cama chirriaba como loca, el calor nos hacía sudar, y el sonido de nuestros cuerpos chocando llenaba el cuarto. Fue intenso, rápido, casi desesperado. Cuando terminé, ella temblaba debajo de mí, y nos quedamos ahí, jadeando, sin decir nada por un rato.

Desde ese día, cada visita al pueblo es una excusa para repetir. A veces es rápido, en el baño o el granero; otras, nos tomamos nuestro tiempo cuando la casa está vacía. Nadie sospecha nada, o eso creo. Pero vivo con el corazón en la garganta, esperando el próximo fin de semana, sabiendo que esto no debería pasar, pero incapaz de parar.

Introducción: El día que todo cambió

Era un jueves cualquiera en la universidad, de esos en los que el sol pega fuerte por las ventanas y el aire acondicionado apenas funciona. Yo estaba sentado en la última fila del aula, aburrido, garabateando en mi cuaderno, cuando ella entró. La chica nueva. Pelo oscuro cayendo en ondas sobre los hombros, una falda corta que dejaba poco a la imaginación y una mirada que decía más de lo que sus labios callaban. Desde ese momento, supe que algo iba a pasar. No sé si fue el calor, el aburrimiento o el roce accidental de su brazo contra el mío cuando pasó a mi lado, pero mi cuerpo reaccionó antes que mi cabeza.


La chispa inicial

El profesor seguía hablando de ecuaciones diferenciales o alguna mierda que a nadie le importaba. Ella se sentó dos filas adelante, cruzó las piernas y empezó a juguetear con su bolígrafo. Cada tanto giraba la cabeza, como si supiera que la estaba mirando. Y sí, la estaba mirando. Sus muslos apretados bajo la tela, el modo en que se mordía el labio mientras tomaba apuntes… era como si me estuviera provocando sin decir una palabra.

Pasaron los minutos y, de repente, me lanzó una nota doblada. La abrí con disimulo: “Hace calor aquí, ¿no?”. Sonreí. Era una invitación, y yo no soy de los que dicen que no. Le escribí de vuelta: “Demasiado. ¿Qué hacemos al respecto?”. Cuando ella leyó mi respuesta, giró la cabeza y me clavó esos ojos oscuros. Fue como gasolina en un incendio.


El encuentro: Donde las palabras sobran

Después de clase, la seguí hasta el pasillo. No hizo falta hablar mucho. “Hay un baño al fondo que nadie usa”, murmuró, y eso fue todo lo que necesité. El lugar estaba vacío, olía a desinfectante barato y las luces parpadeaban, pero no importaba. Cerramos la puerta con pestillo y de pronto sus manos estaban en mi camisa, arrancándome los botones con una urgencia que me dejó sin aliento.

La empujé contra la pared, mis dedos deslizándose bajo su falda mientras ella gemía bajito en mi oído. Estaba húmeda, caliente, y no perdió tiempo en desabrocharme el cinturón. “Rápido”, susurró, y no hizo falta más. La levanté contra el lavamanos, sus piernas envolviéndome, y entré en ella con una fuerza que nos hizo jadear al mismo tiempo. El sonido de su respiración entrecortada, el choque de nuestros cuerpos, el riesgo de que alguien entrara… todo se mezclaba en una locura que no podía parar.

Ella clavó las uñas en mi espalda, susurrando cosas sucias que no voy a olvidar nunca. “Más fuerte”, me decía, y yo obedecía como si mi vida dependiera de eso. Nos movíamos como animales, sudorosos, desesperados, hasta que sentí que se tensaba a mi alrededor, temblando, y yo terminé justo después, con un gruñido que apenas pude contener.


El aftermath: Silencio y promesas

Nos quedamos ahí un segundo, respirando agitados, con la ropa desordenada y el corazón a mil. Ella se bajó del lavamanos, se ajustó la falda y me dio una sonrisa torcida. “No está mal para un jueves”, dijo antes de salir como si nada hubiera pasado. Yo me quedé mirando la puerta, todavía oliendo su perfume en el aire, preguntándome si esto sería algo de una vez o el inicio de algo más grande.

Soy Lucía, y esto pasó cuando tenía 18 años, justo después de mi cumpleaños en agosto. No sé si contarlo me hace sentir viva o me quema por dentro, pero es real, y cada tanto vuelve a mi cabeza como un relámpago. Vivíamos en un departamento chico, mi papá y yo, desde que mamá se fue cuando era niña. Él tenía 40 entonces, un tipo serio, callado, pero con esa presencia que llenaba el espacio: alto, fuerte, con manos ásperas de trabajar constructiones toda la vida. Yo siempre lo vi como “papá”, nada más, hasta ese verano.

Hacía calor, un calor pegajoso que te hace odiar la ropa. Mis amigas estaban de viaje, y yo me pasaba los días tirada en casa, aburrida, con el ventilador apuntándome a la cara. Papá trabajaba hasta tarde, pero esa noche llegó temprano, tipo ocho, con una cerveza en la mano y el pelo mojado de sudor. Se tiró en el sillón del living, me miró y dijo: “¿Qué hacés ahí como muerta? Vení, charlemos”. No era raro que habláramos, pero algo en su tono me puso nerviosa.

Me senté al lado, en shorts y una musculosa vieja que apenas me tapaba. Él abrió otra cerveza y me pasó una, aunque sabía que no tomaba. “Probá, ya sos grande”, dijo, y yo la agarré, más por no discutir que por ganas. Empezamos a hablar de nada: el calor, su trabajo, mis planes. Pero el aire estaba raro, pesado, como si algo flotara entre nosotros. No sé si fue la cerveza o el cansancio, pero sus ojos se quedaron más tiempo en mí, recorriéndome despacio. Intenté ignorarlo, pero mi piel se erizó.

En un momento, se acercó para sacar una pelusa de mi pelo. Su mano se quedó ahí, rozándome la nuca, y me miró fijo. “Estás distinta, Lu”, murmuró, y su voz sonó más grave. Yo no sabía qué decir, pero no me moví. Algo en mí quería que se acercara más, aunque mi cabeza gritaba que estaba mal. Entonces me besó, lento al principio, como probando, y yo no lo paré. Mi cuerpo reaccionó solo: lo besé de vuelta, torpe, con el corazón a mil.

El Momento en que Todo se Desató

Todo explotó rápido. Me levantó del sillón como si no pesara nada y me llevó a su cuarto. La ropa voló en segundos: mi musculosa, sus jeans, todo tirado en el piso. Me acostó en la cama, y cuando se puso encima, sentí su peso, su calor, y un nudo en el estómago que no era miedo, sino otra cosa. Me tocó con esas manos ásperas, primero suave, luego más fuerte, y yo me arqueaba sin querer, respirando entrecortado. Cuando me penetró, fue intenso, casi doloroso al principio. Sentí cada centímetro, un estiramiento caliente que me hizo jadear y clavarle las uñas en los hombros. Él gruñó bajito, moviéndose despacio, y yo me perdí en esa mezcla de presión y placer que me llenaba entera.

No duró mucho. Sus movimientos se aceleraron, y yo lo seguí, apretándolo con las piernas como si no quisiera que parara nunca. Cuando eyaculó dentro de mí, fue como una ola: lo sentí cálido, profundo, inundándome mientras él temblaba encima. Mi cuerpo respondió con un estremecimiento que no controlé, un calor que me subió desde el pecho hasta la cara. Nos quedamos quietos un segundo, jadeando, con el sudor pegándonos la piel.

Después, el silencio me aplastó. Él se apartó, se sentó en la cama y se pasó las manos por la cara. “Esto no debería haber pasado, Lu”, dijo, con la voz rota. Yo no contesté; solo me tapé con la sábana, temblando todavía. “No digas nada, por favor”, le pedí, y él asintió. Me fui a mi cuarto, y al otro día actuamos como si el mundo no se hubiera derrumbado.

Nunca lo repetimos. Nunca lo hablamos. Pero esa noche está ahí, grabada en mi piel, en cómo sentí todo, desde el primer roce hasta el final. No sé si lo odio o lo guardo como un secreto que me define.

Soy Matías, tengo 20 años ahora, pero esto pasó cuando tenía 18. Era verano, de esos que te derriten hasta los huesos, y mi vida era un desastre: recién había terminado el colegio, no tenía idea de qué hacer y mis viejos me tenían harto con sus sermones. Vivíamos en una casa grande, mis padres, mi hermana mayor, Clara, y yo. Clara tenía 21 entonces, y siempre había sido la típica hermana que manda, que organiza todo y que, de paso, te hace sentir como un idiota sin esforzarse. Pero también era guapa, joder, demasiado guapa: pelo largo castaño, ojos verdes que te perforan y un cuerpo que, aunque intentara no notarlo, era imposible ignorar.

Ese verano, mis viejos se fueron diez días a un viaje de trabajo. Nos dejaron solos en casa con una lista de reglas y un “pórtense bien” que sonó más a amenaza que a consejo. Clara, como siempre, se puso en modo jefa: “Vos limpiás, yo cocino, y no hagas cagadas”. Yo asentía, pero en el fondo me importaba poco. Los primeros días fueron normales: ella en su mundo, yo en el mío, jugando Play o viendo series hasta las tantas.

Todo cambió la cuarta noche. Era viernes, y el calor era insoportable, de esos que te pegan la ropa a la piel. Yo estaba en mi cuarto, en bóxer, con el ventilador a full cuando Clara entró sin tocar. Llevaba una remera suelta y unos shorts diminutos, el pelo mojado de haberse duchado. “Hace demasiado calor para dormir, bajá al living”, dijo, como si fuera una orden. Bajé detrás de ella, medio zombie, y la encontré tirada en el sillón con una botella de vino que había sacado de la cava de papá. “¿Querés?”, me ofreció, alzando una ceja. No suelo tomar, pero dije que sí porque no quería quedar como el hermanito débil.

Nos pusimos a hablar mierda, primero de la familia, luego de pelis, y al rato ya íbamos por la segunda botella. El vino me pegó rápido, y a ella también, porque empezó a reírse más fuerte y a mirarme raro. En un momento, se estiró en el sillón y su remera se levantó un poco, dejando ver su cintura. Intenté no mirar, pero ella se dio cuenta y soltó: “¿Qué pasa, te da vergüenza o te gusta?”. Me quedé helado, pero el alcohol me soltó la lengua: “No soy ciego, Clara”. Se rió, pero no como burla, sino como si le hubiera gustado la respuesta.

No sé quién dio el primer paso. Creo que fue ella, porque de repente estaba más cerca, con esa mirada que no te deja escapatoria. “Esto es una locura, Matías”, murmuró, pero no se alejó. Yo tampoco. La besé, torpe, con el corazón en la garganta, esperando que me empujara y me gritara. Pero no lo hizo. Me devolvió el beso con fuerza, como si lo hubiera estado guardando hace tiempo. Sus manos se metieron debajo de mi camiseta, y yo la agarré por la cintura, tirándola más cerca.

Todo se descontroló en segundos. Le saqué la remera, ella me arrancó el bóxer, y terminamos en el suelo del living, sobre la alfombra que mamá siempre decía que cuidáramos. No había delicadeza ni romanticismo; era puro instinto. Sus uñas se me clavaron en la espalda mientras yo la apretaba contra mí, sudando como loco. Ella gemía bajito, mordiéndose el labio para no hacer ruido, pero a veces se le escapaba un grito que me volvía loco. Me subí encima, y ella me guió con las manos, moviéndose debajo de mí como si supiera exactamente cómo romperme. Fue rápido, desordenado, y terminé antes de lo que quería, pero ella siguió hasta que se tembló entera y se quedó quieta, respirando pesado.

Nos quedamos ahí un rato, en silencio, con el ventilador zumbando de fondo. El vino, el calor, el subidón, todo se mezclaba en mi cabeza. Ella se levantó primero, se puso la remera y me miró seria. “Esto no pasó, ¿entendés?”, dijo, con un tono que no admitía réplica. “Nunca”, contesté, todavía mareado. Se fue a su cuarto, y yo me quedé tirado, mirando el techo, preguntándome qué carajo había hecho.

Los días siguientes fueron raros. Actuábamos normal, como si nada, pero había una tensión que no se iba. Ella me esquivaba la mirada, y yo no sabía cómo mirarla sin que se me notara todo. Mis viejos volvieron, la rutina volvió, y nunca hablamos de eso. A veces pienso en esa noche y me siento culpable, pero también sé que no la cambiaría. Fue mi primera vez, y aunque no debería haber sido con Clara, fue real, intensa, y me marcó de una forma que no puedo explicar.

Soy Lucas, y esto pasó cuando tenía 19 años, hace tres veranos. Todavía lo pienso y me da un vuelco el estómago, no sé si por vergüenza o porque fue tan intenso que no lo puedo sacar de mi cabeza. Todo empezó en julio, cuando mis padres me mandaron a pasar unas semanas con mis tíos en su casa de campo, a unas dos horas de la ciudad. Querían que “despejara la mente” después de un semestre horrible en la universidad. Yo no tenía ganas, pero no me dieron opción.

Mis tíos tienen una hija, Sofía, mi prima. Ella tenía 21 entonces, dos años mayor que yo, y siempre había sido esa chica que te hace girar la cabeza sin querer. No era solo que estuviera buena —que lo estaba, con ese cuerpo bronceado, piernas largas y una sonrisa que te desarma—, sino que tenía una vibra de “me importa una mierda lo que pienses”. Nos llevábamos bien de chicos, pero desde que crecimos apenas nos veíamos, así que no sabía qué esperar.

Llegué un viernes por la tarde. Mis tíos me recibieron con abrazos y un montón de comida, pero se notaba que estaban apurados. Me contaron que al día siguiente se iban a un viaje de trabajo por una semana y que Sofía se quedaría a cargo de la casa. “Tú la ayudas con lo que necesite, ¿eh?”, dijo mi tía mientras me pasaba una gaseosa. Yo asentí, aunque en mi cabeza solo quería tirarme a ver series y olvidarme del mundo.

Esa noche, después de que se fueron a dormir, Sofía apareció en la sala donde yo estaba zapeando en la tele. Llevaba una camiseta vieja que le quedaba grande y unos shorts que dejaban poco a la imaginación. Se tiró en el sillón a mi lado, con una cerveza en la mano, y me miró de reojo. “¿Qué, te mandaron a babysittearme o qué?”, dijo riéndose. Le contesté que no, que era más bien al revés, y empezamos a hablar mierda, como en los viejos tiempos. Me ofreció una birra y, aunque no suelo tomar mucho, dije que sí.

Al día siguiente, mis tíos se fueron temprano. El sol pegaba fuerte y la casa estaba silenciosa. Me levanté tarde, tipo once, y encontré a Sofía en la cocina, sudando mientras intentaba arreglar una licuadora que se había jodido. “Necesito ayuda, inútil”, me dijo sin siquiera mirarme. Me acerqué, medio dormido, y traté de echarle una mano, pero ella se movía por todos lados, rozándome sin querer —o eso pensaba yo—. En un momento, mientras forcejeábamos con el cacharro, su mano se quedó un segundo de más en mi brazo y me miró fijo. “¿Qué pasa, te pongo nervioso?”, dijo con esa voz medio burlona que usaba siempre. Me reí como idiota y dije que no, pero mi cara seguro me delató.

Esa tarde, después de comer, me pidió que la ayudara a mover unas cosas en el galpón de atrás. Era un lugar polvoriento, lleno de trastos viejos, y hacía un calor del demonio. Ella estaba en una musculosa ajustada y shorts, el pelo recogido en una coleta desordenada, y yo no podía concentrarme en nada. Mientras cargábamos unas cajas, se agachó justo enfrente de mí, y juro que casi se me cae lo que tenía en las manos. Ella lo notó, claro, y se dio vuelta con una sonrisa pícara. “¿Qué mirás tanto, Lucas?”, dijo, y yo me puse rojo como tomate. “Nada, el paisaje”, solté, tratando de sonar cool, pero salió patético.

No sé cómo pasó, pero el aire se puso pesado. Ella se acercó despacio, todavía con esa sonrisa, y me dijo: “Si vas a mirar, al menos hacelo bien”. Antes de que pudiera procesarlo, me empujó contra una pila de cajas y me plantó un beso. No fue suave ni tímido; fue como si me quisiera arrancar el alma por la boca. Mi cabeza explotó. Era mi prima, sí, pero en ese momento no me importó una mierda. Le devolví el beso con todo, torpe al principio, pero después dejé que el instinto tomara el control.

Nos tropezamos con unas cosas y caímos sobre un colchón viejo que estaba tirado ahí. Le saqué la musculosa de un tirón, y ella me arrancó la remera como si tuviera prisa. Sus manos estaban por todos lados, y yo no sabía ni dónde poner las mías. Tocarla era como tocar fuego: su piel estaba caliente, sudada, y cada vez que gemía bajito se me iba la cabeza. Me bajó el pantalón con una mezcla de fuerza y desesperación, y yo hice lo mismo con sus shorts. No había tiempo para pensar, solo para sentir.

Fue mi primera vez, y no fue como en las películas. No hubo música ni mierda romántica. Fue crudo, rápido, desordenado. Ella se subió encima de mí, moviéndose como si supiera exactamente lo que hacía, y yo traté de seguirle el paso, agarrándola de las caderas mientras el colchón chirriaba debajo. El calor del galpón, el polvo, el sudor, todo se mezclaba con su respiración acelerada y mis jadeos. No duré mucho —qué vergüenza admitirlo—, pero ella no paró hasta que terminó también, temblando encima de mí con un gritito que se me grabó en la memoria.

Cuando todo acabó, nos quedamos ahí, tirados, respirando como si hubiéramos corrido una maratón. El silencio era raro, pero no incómodo. Ella se levantó primero, se puso la ropa y me miró con cara de “esto pasó y punto”. “No le contás a nadie, ¿eh?”, dijo, igual que si me pidiera que no dijera que se comió el último pedazo de pizza. “Nunca”, respondí, todavía en shock. Se fue caminando hacia la casa como si nada, y yo me quedé un rato más, mirando el techo del galpón, preguntándome qué carajo había pasado.

Esa semana seguimos como si no hubiera pasado nada. Hablábamos, comíamos juntos, veíamos tele. Pero cada tanto me miraba de una forma que me hacía hervir la sangre, y yo sabía que ella también lo recordaba. Nunca más lo hicimos, y nunca lo hablamos. Mis tíos volvieron, yo me fui a casa, y la vida siguió. Pero cada verano, cuando huelo el calor seco o paso por un galpón, me acuerdo de Sofía y de esa primera vez que me marcó para siempre.

Esto pasó hace un par de años, en pleno verano. Mis tíos se habían ido de viaje y dejaron la casa a cargo de mi prima Carla, de 25 años, con un cuerpo increíble y una actitud rebelde. Yo tenía 22, estaba aburrido y ella me pidió que pasara a “ayudarla”. Spoiler: lo que quería era compañía.

Llegué cerca de las nueve de la noche. El calor era insoportable. Carla estaba en el garaje, con shorts ajustados y una camiseta sin sostén, sudando mientras movía cajas. Me puse a ayudarla, pero no podía dejar de mirarla. Ella lo notó, se rió y dijo: “¿Qué pasa, te gusta lo que ves?”. Me quedé mudo. Entonces, se acercó, me puso la mano en el pecho y me arrinconó contra la pared.

 El Momento en que Todo Explotó

“No te hagas el tonto”, susurró, y me besó con una intensidad salvaje. De ahí, todo se descontroló. Le quité la camiseta, ella me bajó el pantalón y en segundos estábamos en el suelo del garaje. Fue una noche caliente en todos los sentidos: pasión, sudor y gemidos sin control. Carla se movía encima de mí como si el mundo se fuera a acabar, y yo la seguí el ritmo hasta que los dos colapsamos, jadeando.

Un Secreto Bien Guardado

Cuando terminamos, ella se levantó, me miró y dijo: “Esto no se lo cuentas a nadie, ¿eh?”. Asentí sin decir palabra. Hasta hoy, es mi recuerdo más intenso de ese verano.

Cinthia tiene 12 años recién cumplidos. Pero su cuerpo parece ser el de una señorita de 15 años. Ya sus pechos son una delicia, sus largas y bien torneadas piernas terminan en un par de nalgas prominentes, redonditas y bien duritas. O sea en definitiva un hermoso pastel para degustar muchas veces..
Verano, son las 18:00hs y hace mucho calor todavía. Estoy solo en casa, mi esposa se ha ido al pueblo donde vive su familia, su madre está bastante enferma y estima que no volverá al menos por un par de días. Yo estoy sentado en la vereda a la sombra de un gran árbol, en short de baño y con una jarra de cerveza en la mano, cuando veo venir a la hija de mi vecina, Cinthia. Trae una calza de piernas cortitas que resaltan lo hermoso de su cuerpo, y para mi emoción, solamente la parte superior de una bikini, donde sus pechos apenas son contenidos. Verla acercarse despertaron en mi un montón de emociones, desde cariño hasta unas ganas bárbaras de hacerla mía.

Llega la niña a mi lado y se sienta en el bordecito del alfeizar, me hace compañía y comenzamos a charlar de cosas sin importancia, como el clima, que ya finalizaron las clases y ella ha logrado terminar el año sin llevarse materias, y que el año que viene irá al colegio secundario donde tendrá nuevos amigas y muchos chicos que se fijarán en lo bonita que es. Al decirle eso ella me mira con sus grandes ojazos y sonriendo me pregunta si yo considero que ella es bonita. Obvio que le afirmé que así era, y que si yo tuviera menos edad intentaría ser su novio. Al oír mi comentarios, se sonrojó y para mi sorpresa me dice que le hubiera gustado que yo sea su novio. Y que yo le gusto mucho. Me quedé algo confundido, y ya estábamos en el juego, entonces le digo que podríamos ser novios a escondidas ya que yo soy muy mayor para ella. Cinthia lo piensa un poco y asiente con la cabeza. Oír su determinación y comenzar a tener una erección fue una sola cosa. A tal extremo que se notó el bulto en el short y esto no pasó desapercibido por la niña. Se sonríe y me dice, Quique, parece que tienes muchas ganas de que seamos novios. Le dije que sí, y que sería bueno fuéramos adentro a seguir nuestra conversación, la niña lejos de oponerse, se levantó y se encaminó solita a mi casa, entramos y apenas yo cerré la puerta la abracé desde atrás, me adueñé de sus pechos y le apoyé la  verga dura entre sus nalgas. Se quedó dura, pero no se resistió. Y dura tenía yo la  verga. Es que mis 21×6,5cms de carne en barra cuando está dura, se hace sentir. Yo la acariciaba mientras con la verga punteaba sus nalgas, ella empezó a calentarse y se notaba que se estaba excitando. La di vuelta y la enfrenté a mí. Noté duro sus pezones, le saqué el corpiño de la bikini y sus preciosos pechos quedaron frente a mí, ella intentó cubrirse y no la dejé, comencé a chuparle las tetas, le mordía los pezones, y ella suspiraba fuerte, también metí mi mano entre sus piernas en busca de acariciarle los labios vaginales, al sentir la intrusión de mi mano abrió un poco las piernas facilitando el acceso, y grande mi sorpresa cuando noto la mano de ella buscando mi pene, cuando lo encuentra comienza a apretarlo y a acariciarlo por encima del short. Mi pija está a reventar. La separo un poco de mi y me bajo el short liberando así la verga que salta hacia Cinthia. Noto como abre grande los ojos y se muerde los labios, estira su mano y toma mi pene por el tronco, lo acaricia y le enseño como hacerme una buena paja, es aplicada y se esfuerza por hacerlo bien, la tomo por los hombros y la obligo a arrodillarse frente a mi tripa, y le pido que me la tome en su boca, como si fuera un chupetín o un helado. Medio se resiste, la tomo por la cabeza y la acerco a mi pija y le ordeno que como es mi novia debe mamarme la verga, que eso hacen las novias, medio reticente pero al final cede y se mete la cabezota de mi pija a la boca, lentamente va tomando ritmo y me está dando una buena mamada, yo sigo acariciando sus pechos, varias veces me tuvo a punto de llenarle la boca de semen, pero pude resistir. Pasado unos minutos, la hice pararse, sin preguntarle o pedirle permiso le bajo la calza y así puedo apreciar desnudo el cuerpo de mi vecinita. Es un manjar, su vulva es lampiña. ni un solo vello. Se notan sus labios mayores algo hinchados por la calentura. Ahora soy yo quien se arrodilla frente a ella y poniendo mis manos en sus nalgas la aproximo hasta que mi boca hace contacto con su labios vaginales, y mi lengua comienza a hacer un lindo trabajo de excitación, pronto la niña está gimiendo, se la nota muy acalorada, me aprovecho de esa situación y mojando mis dedos en su vagina meto un dedo en su ano. La niña al sentirlo gimió fuerte, pero para mi sorpresa no intentó retirarlo, siguió disfrutando de mi lamida y mis masajes a su clítoris, cuando metí un segundo dedo en su ano en vez de quejarse se hizo para atrás como para metérselos más adentro y siento en mi lengua el sabor de sus jugos, está acabando, suspira fuerte y se le doblan las rodillas, la sostengo y finalmente se calma. Ha tenido su primer orgasmo producto de un hombre.

Mi verga sigue dura como poste de luz, la tomo de la mano y la llevo al futón del living, la hago arrodillarse con la panza en el borde y la cara en un almohadón, sus nalgas me quedan servidas, me arrodillo detrás de ella y meto mi lengua en su ano, al sentirla comienza a gemir, mientras meto dos dedos en su conchita, ya está otra vez caliente y dispuesta, y yo no puedo esperar más, simplemente tomo mi palo duro, se lo aproximo a su concha, abro con el sus labios vaginales y encuentro la entrada a su caliente cuevita, meto la cabeza y cuesta entrarla, ella gime, empujo un poco más y meto una parte de mi tripa en su concha, ella no sabe como actuar, se queda quietecita como absorbiendo la información del intruso que está incursionando en su vagina, llego a su himen y sin miramiento alguno se lo perforo y meto toda la verga que puedo, ella emite un sordo grito y comienza a llorar, yo ya estoy adentro, la punta de mi tripa pega en su útero. No me muevo por un rato, hasta que noto que ella misma comienza a moverse, adelante y atrás, su vagina aprieta mucho, es bastante estrecha y mi pija no es tan chica. Pero comenzamos a acoplarnos y pronto estamos a buen ritmo, ella se mueve con ganas, está buscando lograr otro orgasmo y yo estoy que le lleno de leche su concha, pero debo aguantar hasta que lo haga ella. pronto está al límite y se me ocurre meterle dos dedos en el culito con bastante saliva, y eso la puso loca, se movía desesperada queriendo meterse más adentro la verga, esta desaforada, y así logra su segundo orgasmo de la tarde, me lleva al paroxismo el calor de su vagina y justo cuando estoy por acabar, saco la verga y se la posiciono bien en su agujerito trasero, casi sin esfuerzo media cabeza entra, y ella solita al hacerse para atrás logra penetrarse con la pija en su ano, se le escapa un gritito, y eso fue lo máximo, comencé a llenarle el culo de semen con potentes chorros, mientras Cinthia hacía esfuerzos por meterse la pija más adentro en su ano. Pero sin lubricante es prácticamente imposible que mi tripa entre más allá. Fueron bajando los decibeles del momento y nos tranquilizamos, le saco la pija del culo y ella se queja que le duele toda su concha y también su culito. Pero que le gustó mucho que la cogiera. Por lo que desde ahora somos oficialmente novios a escondidas. Y debemos ocuparnos en ver como hacemos para vernos y tener sexo. Mi vecinita toda una putita.

  • Acepto la responsabilidad de los contenidos que subo a esta pagina.

A sus siete años comenzamos la actividad sexual, y hasta el día de hoy que acaba de cumplir 12, seguimos divirtiéndonos uno con el otro..
Todo comenzó un domingo de verano a la siesta. Mi esposa y Carmencita mi hija se fueron al cementerio a visitar la tumba de la abuela. Ludmila no le gusta ir, le causa mucha tristeza. Por lo que se quedó en casa conmigo, hacía tanto calor que decidimos ir a dormir la siesta a la habitación con el aire acondicionado, ella estaba vestida con un liviano short y una remerita de algodón de permitía ya apreciar sus pezones agresivos para su edad. Era ya por entonces una divinura de niña, alta, bien formada, de redondas curvas, que se veían acondicionadas por la práctica de valet que la niña realiza. Sus piernas bien torneadas  terminan en un par de nalgas bien redondas, firmes y altas. Ya se notaba que sería una escultural señorita. Pero hasta aquí nunca se me había pasado por la cabeza el involucrarme sexualmente con una niña y menos con mi nieta. Pero cuando tiene que pasar, pasa.

Nos acostamos y pusimos una película en la tele, en un canal de cable, recuerdo hoy luego de varios años el título de la película: «Amigos con privilegios». Son una chica y un muchacho, tienen sexo pero no son novios. Son amigos. Transcurría la película y de pronto una de las escenas donde tienen sexo bastante atrevido, Ludmila me pregunta como tenían sexo si no eran novios y no estaban casados. Me costó explicarle que se podía tener sexo sin mayor compromiso que el de cuidarse.  Me parece que no quedó muy complacida con la respuesta. Pasado unos minutos mi nieta algo inquieta me pregunta si ella y yo podíamos tener sexo como esa pareja. Me dejó helado la pregunta, busqué en mi mente una respuesta acorde a su edad y sin compromiso, y le dije que sí, se podía pero que no era correcto ya que yo era su abuelo y ella era todavía una nena.

Y de una me soltó que su compañerita Joaquina, ya hacía varios meses que tenía sexo con su papá. Y que le gustaba mucho. Y como Ludmila no tiene papá, ella pensó que yo podía tener sexo con ella y así descubrir lo que tanto le gustaba a su amiga. Obviamente que mi cabeza daba vueltas a mil por hora. Y no contenta mi nieta con haberme contado el secreto de su amiga, se explicitó más, me cuenta que cuando la madre se va a trabajar, Joaquina le chupa el pito al papá hasta tomarse la lechita. Y que le gusta el sabor salado. Guauuuu!!!!

Toda una revelación. Y sin pensarlo mucho, si no no debería haberlo dicho, le pregunto a mi nieta si ella ha visto como es el pene de un hombre. Y me contó que otra amiguita llevó una revista al colegio donde había muchos hombres y muchachos desnudos y se les veía el pito. Les juro que no quise, pero toda esta charla me excitó e hizo que mi verga se pusiera dura. Lo cual al estar Ludmila casi subida a mis piernas notó algo duro bajo su pierna y estirando la mano tomó por arriba del short mi pija. Intrigada la toó  y apretó calibrando el tamaño. Y me dice, abuelo, tu pito está duro y grande.

Yo ya algo lanzado y excitado por lo que la niña me había contado simplemente le ofrecí mostrárselo si ella quería verlo y tocarlo. Mi tripa tiene unos 19x5cms y en la base se ensancha casi hasta los 7cms. Ludmila levanta la carita hacia mí y con una pícara sonrisa me dice que si, que quiere verla. Me bajo el short y libero mi pija la que queda parada apuntando hacia mi vientre. Mi nieta abre grande los ojos, estira su manito y toma la pija por el tronco, apenas abarca su grosor, la cabeza está hinchada, roja. Ludmila se acerca y la olfatea, luego sin verguenza o rechazo alguno, simplemente abre la boca y se mete la cabeza, la cual lame y chupa por unos segundos, luego se saca la verga de la boca y me dice que le gusta el sabor. Yo estoy como loco, mi nieta me está chupando la verga, y lo que es peor, me gusta y no hago nada por detenerla. Al contrario, le digo que la tiene que chupar como cuando come un helado, solamente con los labios y la lengua, ella vuelve a poner boca a la obra, y sigue dándome una rica mamada. Para esto está en cuatro patas sobre mi entrepierna, por lo que su culito queda a mi disposición, por lo que simplemente meto la mano dentro de su short y comienzo a acariciar su culito, su oyito y deslizo mis dedos hacia su conchita, la que descubro algo babosa. Por lo que deduzco que mi nieta está algo caliente. Sus labios vaginales son gorditos, meto dos dedos en su conchita y ella gime abriendo un poco  más las piernas, le está gustando lo que hace, descubro su pequeño clítoris y este está durito, excitado, lo acaricio suavemente y mi nieta gime, y cada vez se mete más la verga a la boca, ya tiene un buen pedazo. Para esto yo estoy a punto de acabar, le informo que pronto va a salir la lechita y que debe tragarla toda, sin sacar la pija de la boca, asiente con la cabeza y se esfuerza más, yo mojo mis dedos en sus jugos vaginales, y acometo su culito, al cual meto primero un dedo y luego el segundo, ella gime y se desespera, se traga media verga y en ese momento le lleno la boca de semen con potentes chorros, ella se traga todo, medio se atraganta con la pija en la garganta pero no la saca, para esto yo le tengo dos dedos completos metidos en su ano. Cuando se calma le saco los dedos del culo, vuelvo a acariciar su conchita, ella se deja hacer, la acomodo boca arriba en la cama con las piernas bien abiertas, me acomodo en medio de ellas y acometo su conchita con mi lengua y mis dedos, pronto la tengo totalmente excitada y a punto de tener un orgasmo, meto dos dedos en su culo y muerdo suavemente su clítoris y mi nieta obtiene su primer orgasmo, tiembla y suspira fuerte, queda medio desmayada por la intensidad del mismo. Nos calmamos y nos recostamos uno al lado del otro, Ludmila no termina de comprender lo que pasó, pero está contenta, y me pregunta: ahora abuelo somos amigos con beneficios? A lo que simplemente le contesto que lo que sucedió entre nosotros nadie nunca puede saberlo, ya que yo iría preso. A lo que mi nieta me contesta que nunca le contará a nadie, ni a su mejor amiga. Así nadie se enterará. Y me pregunta si lo vamos a volver a hacer. A lo que yo le contesté que de a poco iremos avanzando con el sexo. Y mi niña tomando la pija por el tronco, la pajea un poco y mirándome a los ojos me dice, abuelo tu pito es muy grande para mi conchita, peo me gustaría que me la metas como se la mete el papá de Joaquina. Le prometí que pronto pasaría.  Sigue en parte II

  • Acepto la responsabilidad de los contenidos que subo a esta pagina.

Espero que la memoria no me falle y poder recordar cómo pasaron las cosas aquella vez, ahora tengo 59 años, aún trabajo en una empresa, solo vivo con mi esposa porque mis hijas se fueron de casa hace tiempo. Todo empezó cuando salimos de paseo en familia a un pueblo cercano de la ciudad donde vivíamos, fuimos allí porque es un clima perfecto para descansar en familia y además tiene sitios de recreación excelentes. Llegamos al hotel donde nos hospedamos, nos tocó a todos en un solo cuarto, mis hijas en una cama y nosotros en otra. Eran unas niñas hermosas, una de ellas tenía 7 y la mayor 10 años, después que dejamos todas las cosas en el hotel y cambiarnos, salimos a conocer el pueblo, buen clima y la gente muy amable. Estuvimos un buen tiempo caminando por varias calles y luego nos devolvimos para el hotel, llegamos y enseguida bajamos para la piscina, a mis niñas les encantaba mucho, cada vez que tenían la oportunidad la aprovechan hasta el cansancio. Bajamos todos a la piscina y compartimos largo rato, yo estaba un poco cansado y les dije que me iba para mi cuarto, que deseaba descansar un poco y que luego nos veríamos, así pasó, me subí al cuarto y descansé un poco, al rato me levanté y me fui a duchar, lo hice, pero no cerré la puerta del baño, estaba solo. Cuando me estaba bañando entró mi hija de 10 años, no me di cuenta y como estaba desnudo ella me vio, la verdad no sé cuánto tiempo estuvo ella viéndome, solo que al voltear la vi ahí, era la primera vez que ella me veía completamente desnudo, pero yo a ella muchas veces, cuando me bañaba con ella siempre la desnudaba para bañarse, pero yo me quedaba siempre en bóxer, en ese momento me preocupaba que mi pene estaba erecto y con el vello púbico se veía aterrador para ella. Padre: Hija porque no golpeaste la puerta, qué pena contigo, mira como estoy. Siguió con su mirada baja viendo mi pene. Hija: Que pena contigo papi no sabía que te bañabas, pero como tengo ganas de hacer chichi por eso entre sin golpear. No entendía porque no fue hasta el baño del lobby, sabía que me estaba bañando, me pregunté, porque no esperaba hasta que saliera de la ducha para entrar al baño, en fin, solo pensé. Ella salió del baño y se dirigió a su cama, le pregunté por su hermana y su mamá, Hija: Se quedaron en la piscina. Yo cerré la puerta y seguí en mi baño, pensaba en que ella me quería ver desnudo y despertó una sensación rara en mí, me gustaba lo que estaba sintiendo. Entonces recordé unos años atrás, cuando tenía como 8 años tal vez, me encantaba que se sentará en mis piernas cuando tenía sus vestidos y yo en pantalones cortos, en algunos momentos alcanzaba a tener pequeñas erecciones porque sentía la piel de sus pequeños muslos cuando rozaban los míos y no puedo negar que algunas veces mis manos terminaban masajeando sus pequeños muslos una y otra vez, pero nunca llegué a tocar su vagina. Algunas veces cuando se bañaba conmigo y estábamos solos en el apartamento, al terminar nuestro baño, me colocaba mi toalla para cubrir mi pene y la envolvía en su toalla, la llevaba alzada hasta mi cuarto y me acostaba con ella en la cama, le decía que era para que se nos quitara el frío y no dejaba que ella me viera desnudo, nos acostábamos debajo de las sábanas y nos quitábamos las toallas, luego la abrazaba por largo rato para sentir su cuerpo, después me sentaba y la sentaba en mis piernas con sus piernas abiertas sobre mi pene y colocaba sus piernas alrededor de mi cintura y le hacía colocar sus brazos rodeando mi cuello, siempre nos cubrimos con la sábana para que ella no me viera el pene, me encantaba tenerla así, solo que no sentía deseo por ella pero tenía pequeña serecciones, creo que ella no sentía, nunca me dijo nada, me gustaba sentir sus labios vaginales rozando mi pene y abrazarla fuerte, ella siempre me decía que le picaba mucho su vaginita, imagino que pasaba porque rozaba con mi vello púbico, pero no le decía nada, era nuestro juego, pero no hacía nada más. No entendí porque esos recuerdos llegaban a mi mente en ese momento, algo extraño porque nunca había pasado, llegué a pensar que ella tal vez los recordaba y quería confirmar algo, pero eran solo suposiciones y tampoco le preguntaría a ella para confirmar. Para salir del baño me coloque una toalla, solo que aún se me notaba mucho mi erección. Al llegar a su lado le dije que ya podía entrar al baño, había terminado de bañarme. Ella se levantó de la cama y se dirigió al baño, me di cuenta que su mirada iba dirigida hacia mi pene. Ese día pasó así, después que pasó solo pensaba en ese momento, recordaba como la vi mirándome desnudo cuando me bañaba, era algo inexplicable y aterrador para mí, no entendía porque estaba sintiendo tanto deseo por ella, era algo incontrolable. Al regresar a casa del paseo, mi cabeza me cuestionaba por lo que empezaba a sentir por ella, las preguntas aparecían todos los días. ¿Sería que le había gustado verme así? ¿Recordó cuando jugábamos debajo de las sábanas y deseaba saber que le hacía sentir cosquilla en su vaginita? ¿Tal vez quería volver a sentir esas sensaciones y le daba pena decirme? ¿O por el contrario se había molestado conmigo por no haber cerrado la puerta? Entonces empecé a imaginar cómo podría comprobar todas mis dudas y preguntarle porque se quedó mirándome sin decir nada. Solo debería esperar el momento oportuno para confirmar todas mis dudas y eso podría ser cuando estuviera solo con ella.

por decir algo. Alta, cuerpo precioso, linda car, cuello alto tetas grandes, pezones grandes con grandes aureolas, cuerpo firme, vientre plano, culo redondo, su matorral siempre recortado, piernas largas. Nos bañábamos en la piscina y nos conocíamos bien . Un día empezamos a hablar de pornografía y que nos gustaba. LIna me dijo que le gustaba mirar a las lesbianas y a las pareja s swingers y yo le conté que miraba a las chicas más jóvenes que tiraban desvergonzadamente. Sin pensarlo se me erectó mi polla y LIna me dijo…oye que pollaza te gastas chico….ja.ja.ja.
si quieres te la muestro para que me digas si te gusta? Echa afuera chaval…me saqué el bañador y quedé desnudo total…¿qué me dices Lina? …excelente polla amor…tócala es toda tuya Lina y puedes hacer con ella lo que desees. LIna la tomó y la acarició un par de minutos por lo que mi jugo seminal salió naturalmente. Ella sin decir nada se acomodó y se la metió en la boca succionándome el jugo y empezó a chuparla con maestría. Veo que res experto Lina ¿cuantas has chupado ya? Curioso…dime por favor…ja.ja.ja…más de diez y menos de quince…bien putaza hermana…no lo niego pues me vuelve loca tener sexo…a ver ven para acá, le dije y la atrai hacia mí…luego le bajé el sostén del bañador y le bajé la tanga…espera Toni me dijo y se incorporó…se sacó todo y se puso a mi lado acariciándome el pecho…la besé y me respondió amorosa y jugosamente con toda su lengua metida en mi boca…babeábamos los dos, empecé a acariciar las tetas, firmes y duras con unos pezones preciosos, duros y parados con la excitación…No esperó mucho pues estaba excitadísima y empapada, me puso de espaldas y se ensarto mi polla hasta los pendejos, completa y eso que tiene unos no despreciables 17 centímetros y empezó a cabalgarme con mucho brío….yo el manoseaba las tetas y ella me pasaba los pezones para chuparlos y pellizcarlos…estuvimos follando durante una hora, le metí dos enormes polvos eyaculados abundantemente y ella tuvo dos enormes orgasmos bien gemidos, tiritados y llenos de sensaciones gratificantes…la vi gozar como nunca había visto alguna de las chavalas que me he follado…descansando hablamos…Sabes toni que he quedado fantástico mejor que con mi novio y con los seis más con que he follado, lo que quiere decir que el incesto es el ideal pues es algo que no se puede tener con los extraños ¿qué te parece? excelente amor y creo que seguiremos así por mucho tiempo…ja.ja.ja…dicen que el incesto entre hermanos dura toda la vida así es que ya te veo culiándome a los ochenta ja.ja.ja….Sabes LIna por lo menos tendremos siempre sexo cualquiera sea la condición en que nos encontremos…obvio así es que ya somos infieles antes de casarnos ja.ja.ja.
De esto hace ya varios años y seguimos igual follando a los menos dos veces por semana pues ella ya está casada y yo debo atender a mi novia pues me casaré en dos meses más.
Debo decir que el incesto es maravilloso pues tiene varios ingredientes más que la pareja corriente. En realidad lo recomiendo y ojalá empezarlo temprano por ejemplo a los quince ellas y ellos cuando ella esté dispuesta. Es una forma extraordinaria de gozar el sexo.